El libro Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, de Joseba Gabilondo, me ha generado una gran preocupación, reflejada en el título del artículo. Está cada vez más claro que lo que hasta hace poco ha sido la ciencia ecológica se está convirtiendo en la crónica de una impotencia. Se puede hablar de un final de la ecología en un doble sentido: el catastrófico final y más que previsible de la expansión y reproducción de la Humanidad, y el desesperanzado fin del discurso para subsanar los efectos negativos que la Humanidad inflige en el entorno ecológico.

La transformación del discurso ecológico en ecoimpotente es reciente. Diferentes manifiestos y artículos ecologistas de los últimos diez años han expandido el discurso de la impotencia: es ya tarde para parar el calentamiento global y la contaminación. El ecologista inglés Paul Kingsnorth en el 2012, en la revista Orion, escribió los primeros artículos formulando la hipótesis de que ya es demasiado tarde para detener el apocalipsis ecológico próximo. En el 2014, en un artículo de la revista The Nation con motivo del Día de la Tierra, Wen Stephenson llegó a una conclusión similar.

Zizek en el 2102 contempló cuatro tendencias apocalípticas: el crecimiento de la población, el consumo inagotable de los recursos, las emisiones de gases (calentamiento global) y la extinción de las especies. No obstante, Zizek, como otros muchos críticos marxistas, solo ve para la ecología una salida marxista: la revolución proletaria y la abolición del capitalismo. Mas, en la imposición actual del capitalismo neoliberal esa salida marxista es un ejemplo de impotencia.

Pero sobre todo, un artículo de Dipesh Chakrabarty del 2008, Clima e historia: cuatro tesis, nos puede ayudar a aclarar la cuestión de la ecoimpotencia. Ha popularizado el término dominante en el debate sobre la ecología en los últimos años: el antropoceno. Término prestado de climatólogos, para hablar del espacio de tiempo en que la acción humana ha transformado el planeta, desde el siglo XVIII hasta hoy, y señalar que la Humanidad se ha convertido en un agente geológico. Esto es, que es capaz de cambiar la Tierra en su nivel geológico más profundo y que, por tanto, vivimos en una época geológica (no simplemente histórica) creada por los humanos: el antropoceno. Hemos de ir más allá del marxismo y crear una política de la especie humana, una política geológica, un cambio que superará al propio capitalismo o cualquier alternativa socialista. Hemos de solventar el problema a nivel de especie, porque el conflicto ecológico es universal, pero no tiene en cuenta que esa unidad universal de actuación no se conseguirá nunca, ya que va contra la dinámica de la historia. Ni siquiera ante la peor de las crisis, los estados-nación y las instituciones supraestatales van a ofrecer a la ecología una respuesta unificada universal, ya que cada uno solo tendrá en cuenta sus intereses. Al final, según se vaya agravando, la crisis ecológica quedará fuera de las posibilidades de cualquier Estado.

Obviamente hoy es una utopía el pensar en la posibilidad de una actuación unificada de los Estados-nación ante el problema medioambiental. Hay un documental sobre China: Under the dome (Bajo la cúpula) de la experiodista de la televisión estatal Chai Jing, en el que se señala las causas de la contaminación: la dependencia del carbón como principal fuente primaria de energía y la reticencia de las petroleras a mejorar las gasolinas, dato esencial con el crecimiento espectacular de su parque móvil. Según Riechmann en China, el nivel de contaminación atmosférica en muchas zonas es tal que procesos como la fotosíntesis y la polinización están seriamente amenazados, con sus efectos nocivos en la agricultura. Se habla ya de ecocidio. Aun siendo cierto esto, cuando se pide a China desde los países desarrollados que reduzca sus emisiones de CO2, su Gobierno no entiende el asunto como algo ecológico, sino como político, social y, en última instancia, chino: «Antes ha sido Occidente quien ha contaminado el mundo, ahora es nuestro turno; pedirnos que bajemos nuestras cuotas de emisión de gases es imperialismo occidental». Y la respuesta de China en parte tiene razón, ya que gran porcentaje de contaminación se produce en los países desarrollados, encabezado por EEUU. Richard Heede ha revelado que alrededor del 40% de las emisiones de carbono acumuladas desde los inicios de la Revolución Industrial son responsabilidad de solo 81 corporaciones privadas y estatales. La Comisión Brundtland ya en 1987 amonestó especialmente a los países desarrollados: «Estamos tomando prestado el capital ambiental de las generaciones futuras (GF) sin intención ni perspectivas de reembolso». Y si lo hacemos así, es porque las GF no votan, no tienen poder político ni financiero, ni pueden oponerse a nuestras decisiones.

Mientras escribo estas líneas el Amazonas lleva 16 días ardiendo. Y Bolsonaro resta importancia a esta catástrofe: «Me solían llamar capitán Motosierra y ahora soy Nerón incendiando el Amazonas», minimizando el desastre provocado por la «política de desarrollo». Es consecuente, ya que fue elegido por una alianza nefasta, conocida como Frente BBB (Biblia, Bala y Buey), o sea, por una alianza entre grupos evangélicos, militares y el sector ruralista y ganadero. H *Profesor de Instituto