Cuando en una negociación política, o en cualquier negociación, se habla de humillación, quien se siente humillado no sabe de lo que está hablando. Porque una negociación, para empezar, no es nada personal. Quien comienza a negociar pensando que las cesiones que hagan le van a hacer de menos, no negociará con la cabeza fría y con objetividad. Es más: nunca cederá ni un milímetro. Pablo Iglesias dijo ayer que se sentía humillado por el veto a su persona que impuso Pedro Sánchez, y ha anunciado, con la mano en el corazón, que no admitirá ni una más. Lo mismo podría decir Pedro Sánchez sobre las dos veces que Pablo Iglesias lo ha dejado a punto de alcanzar la presidencia, desmarcándose a última hora de compromisos previos. Si hablásemos en términos personales (lo que nunca deberíamos hacer en una negociación, recordemos), Sánchez podría quejarse de que Iglesias lo ha puesto en ridículo no una, sino dos veces. Pero lo que a veces olvidan estos dos machos alfa de la política es que Iglesias no es todo Podemos, lo mismo que Sánchez no es todo el PSOE. En los partidos hay corrientes, sensibilidades, intereses contrapuestos. Son una suma de personas, no solo la personalidad de su líder. La derecha y el centro (sea lo que sea eso) han demostrado que no tienen memoria, que no guardan rencor. Que, como decíamos, nada es personal. En la izquierda, en cambio, andan con el ego escocido, y eso nos va a costar ir a unas nuevas elecciones, ya lo verán. No será la primera vez que el orgullo de unos pocos resulta relevante para el devenir de la Historia. Y es que a la política habría que venir libre de pasiones humanas, o por lo menos, con una virtud muy desarrollada: la de saber contemporizar.

*Periodista