Siempre ha sido inevitable pensar en un partido político y automáticamente adjudicarle un lugar determinado en el eje derecha/izquierda. Antes, con el bipartidismo alternante, era muy fácil. Después, las irrupciones de Ciudadanos y Podemos cambiaron el escenario establecido y pronto todos nos dimos cuenta de que colocarse en la derecha o izquierda, más allá de ser una postura ideológica de fondo, no era suficiente para que un solo partido pudiera llegar a gobernar en la época de desaparición de las mayorías absolutas.

Los de Rivera declararon obsoleta esa diferenciación y se situaron más allá, supuestamente como un partido moderno, sin ataduras, con las manos libres para ser un valioso comodín a un lado y al otro. Lo principal era estar en el centro del pastel del poder. Eso sí, no ha pasado demasiado tiempo y el pacto suscrito en Andalucía parece muy alejado de esas credenciales iniciales.

Mientras, Podemos apeló a la transversalidad inclusiva que ensayó el movimiento 15-M como forma de superar el escenario tradicional. El mensaje de los morados sorprendía porque ponía de pie las coordenadas: el eje izquierda/derecha pasaba a ser arriba/abajo. Sonaba bien. Sin embargo, esa nueva centralidad que esgrimían como argumento y como motor de confluencias se ha convertido en tiempo récord en una estructura jerárquica contraria a la idea original. Ahora cunden los equipos cerrados, conformados por solo afines, poco dados a la pluralidad y que han renunciado hasta casi su extinción a esa base social dinámica, organizada y amplia que constituían los círculos. Aquel aliento movilizador y fresco se ha tornado en una estrategia defensiva y rocosa que parece encaminada a la disgregación de las fuerzas progresistas.

Iglesias y los acólitos que le quedan deberían asumir ya que su conquista de los cielos se ha perdido en cuando han aparecido las primeras nubes y que las ciudades donde gobiernan no son formaciones propiamente suyas sino nacidas al amparo de la idea original: la sociedad civil horizontal y articulada accediendo a la política institucional.

Aquí, en la tierra, en el fondo nada ha cambiado. Si hay un eje constatable en el mundo real es el que separa a quienes son partidarios de un neoliberalismo desregularizado y desenfrenado y quienes creen que la redistribución de los bienes y la agenda social es lo que construye una sociedad y le da sentido. A partir de ahí, que cada uno elija en qué lado está. H *PeriodistaSFlb