Entre la codicia de Iglesias y la radicalidad de Rivera, al PSOE solo le queda el PP como apoyo en la investidura. Aunque difícil, podría ser posible. Pero una cosa es la investidura y otra muy distinta es conformar un gobierno para gobernar cuatro años. Para eso se necesita aliados de sesgo político semejante y leal. Difícil papeleta para el PSOE tras el 10-N. ¿Otra vez elecciones?

La verdad es que los partidos hablan más de desbloquear la investidura que de conformar mayorías estables para gobernar. Y el auténtico problema es de gobierno no de investidura, que podría llegar a ser una auténtica encerrona para el partido gobernante. Incluso muchos analistas dan por seguro que no se volverán a repetir las elecciones. Si esto fuera cierto, o están pensando en una mera investidura o en la gran coalición PSOE-PP. Porque UP sigue sin estar por la labor de apoyar un gobierno sin formar parte de él, y el PSOE no quiere a UP porque le quita el sueño. Y sin dormir no se puede vivir.

Cuando, tras la sentencia independentista y sus violentos epígonos por parte de los comandos secesionistas, la paz social y la serenidad de ánimo llegue a Cataluña, habrá llegado la hora de la política para todos. Y en esta cuestión, el famoso diálogo que todos reclaman y nadie concreta, se llama diálogo federal.

En esta eterna precampaña electoral en que estamos inmersos desde hace más de un año, Cataluña es la cuestión omnímoda que todo lo fagocita. Cataluña está contaminando la política española Y la consecuencia más negativa de esto es que no existe nada más: ni economía, ni trabajo, ni vivienda, ni pensiones, ni sanidad, ni educación. Todo se reduce a si estamos de acuerdo o no con un referéndum de autodeterminación para Cataluña. Si nos fijamos mínimamente en los términos del no-diálogo, estos son 1) Autodeterminación para Cataluña votada solo por los catalanes; 2) La autodeterminación no es posible dentro de la Constitución. Por lo tanto, o salimos de esta pseudodialéctica o todo es una farsa. Y esta farsa nos lleva a la inanidad. Porque la independencia de Cataluña es imposible y el Estado español nunca la va a permitir. Y Europa, tampoco. Como esta evidencia es conocida por todos, ¿qué esconde esa demanda de independencia? Conseguir el poder. Y en ello están tanto el nacionalismo catalán como el nacionalismo español. Mientras tanto, nadie habla de las cosas de comer.

Para salir de este embrollo, que cada día es más insoluble, solo existe una solución: reformar la Constitución en una línea federal. Federalismo es la continuación natural del autonomismo que ya rige nuestra Constitución del 78. Sin embargo el autonomismo que tenemos, a veces, parece un reino de taifas, y, sobre todo, imprime poca cohesión a las distintas partes de España: la desigualdad de salarios y rentas, los distintos tipos impositivos, la desigualdad de servicios, las distintas posibilidades laborales y de promoción entre los jóvenes de las distintas autonomías, etc.

El federalismo te garantiza una mayor cohesión y lealtad entre las distintas partes de la federación, a la vez que te posibilita una mayor descentralización sin causar graves desigualdades económicas, jurídicas ni políticas. Pero federalismo es un concepto muy rico y complejo, y hay muchos modelos. Por lo tanto, es muy difícil de articular política y jurídicamente. Independientemente del modelo federal que se elija, sí que deben estar claros desde el comienzo los principios federales de lealtad institucional, unidad y autogobierno, cooperación, solidaridad interterritorial y subsidiariedad. Se puede hablar incluso de plurinacionalidad española, siempre que esas nacionalidades queden restringidas a su dimensión cultural. En definitiva, estamos hablando de la modificación de nuestra Constitución de 1978, tras cuarenta años muy productivos pero que están exigiendo una actualización.

No es que tengamos que reformar la Constitución por encajar a Cataluña en España, sino que Cataluña ha sido la espita que nos ha hecho ver que nuestra Constitución necesita una reforma. Tenemos que activar la cooperación entre las diferentes comunidades autónomas y favorecer la presencia y el papel de Cataluña en una España plural y diversa, como expresión de su diversidad y de la dimensión social del Estado. Para ello necesitamos en ambos lados dialécticos, interlocutores capaces intelectualmente, válidos políticamente y valientes para intentarlo. La propuesta federal no contraviene la Constitución sino que profundiza en los instrumentos y principios que ya están presentes en su actual estructura autonómica. Estamos hablando, ni más ni menos, que de una segunda Transición.

La primera premisa es: ¿están nuestros partidos y nuestros políticos preparados para ello?.

*Profesor de Filosofía