El buen rollo entre Javier Lambán y Jorge Azcón, durante su primera reunión institucional, debe ser una premisa que valorar en este nuevo tiempo que está por llegar. Después de cuatro años funestos entre el Pignatelli y la casa consistorial por su testimonial contacto, las relaciones entre los dos principales activos políticos de Aragón se encauza. Y se verbalizó con una contundente frase del presidente aragonés: «No debe actuarse con anteojeras ideológicas».

La elevada sintonía entre los dos dirigentes contrasta con la ausencia de entendimiento en la política nacional. Tanto Lambán como Azcón han conseguido sumar a otros partidos con diferencias manifiestas a sus gobiernos, o con el apoyo puntual en la investidura. Y en determinados momentos con la duda perenne de si hay confianza absoluta.

Sin embargo, el mero hecho de darle brillo a la sintonía política enterrando las dificultades da como resultado el acuerdo común. Y sin quitarle mérito al resultado de las urnas.

El buen hacer de la política aragonesa para lograr acuerdos entre distintos no traspasa nuestro territorio. El sentido de la responsabilidad aragonesa no cala en España. Aragón entendió desde casi siempre que la pócima de la mayoría absoluta no tiene cabida en nuestro parlamento. Y ese es un escenario que está siendo hartamente complicado de entender en la villa de Madrid. La alianza entre PSOE y Podemos, junto al viejo hábito de contar con los regionalismos, ha sido posible en Aragón. Y en España no cuaja por la evidencia de que el problema ya no son las siglas ni las medidas. Sino las personas que anhelan el poder. El ego ya se maneja como aval político.

Junto a una falta de confianza por un cúmulo de deslealtades que hacen inviable cualquier entendimiento entre dos socios llamados -y atornillados electoralmente- a entenderse. El PSOE y Podemos llegan al acuerdo que mascaban sus gurús electorales: el desacuerdo.

Quizá todo sea por nuestro bien. Quizá somos tan estúpidos que no hemos sido capaces de elegir con responsabilidad. Y por ello nos den una oportunidad más para votar. O para botar.

Porque para no perder la perspectiva (que todo avanza demasiado rápido), España ha sido protagonista en cuatro años de hasta tres elecciones generales, una moción de censura, un vacío legislativo inédito y una incapacidad para alcanzar un acuerdo mínimo de gobierno.

Y ahora se amenaza con repetir unas elecciones. ¿Y si vuelve a darse un resultado similar?