Darse tiempo no es lo mismo que enredar con los tiempos o, lo que es peor, perder el tiempo. Las generales del 28-A dejaron un resultado apretado pero claro. No cabían grandes bisagras poselectorales porque excepcionalmente los bloques se habían definido y expuesto previamente, con el escoramiento de Ciudadanos a la derecha y un Sánchez que dos días antes no veía problemas en que Unidas Podemos entrara en un entonces hipotético gobierno del PSOE. Los cimientos ya estaban puestos con los acuerdos de la moción de censura que le llevó a la presidencia, el diseño de unos presupuestos finalmente no natos y una campaña en la que mutuamente no se pisaron las mangueras.

Puede comprenderse que el siguiente mes se dedicaran a las municipales y autonómicas, y que tras el 26-M todo sucedería de manera rápida: cuestión de ajustes donde lo programático tendría más peso que los egos; lo social antes que lo particular. Después de todo, su posibilidad de gobernar venía dada por la extraordinaria movilización en las urnas de ese sector social más proclive a desilusionarse si no ve resultados y determinación. Pero obviamente este factor no se está teniendo en cuenta. El tiempo corre hacia atrás y cada día se ve más lejos la investidura porque sus protagonistas han optado por regresar a las estrategias de salón: el juego de la gallina o el equilibrio de Nash son modos de evitar lo problemático sin asumir los riesgos inherentes a la responsabilidad de Estado a la que se presentaron.

Forzar la repetición de las elecciones supondría volver a manchar la democracia española de incompetencia y egoísmo, aunque ya el hecho de estirar un posible acuerdo hasta septiembre es un enorme fracaso. Ni la ciudadanía ni el futuro del país pueden esperar. Voces como la del economista Juan Torres López advierten de la oportunidad que se puede perder en un momento favorable para atraer nuevas fuentes de riqueza y de transformación relativas a las energías renovables, la inteligencia artificial y la digitalización, entre otras, algo en lo que también incide la patronal y su presidente Garamendi.

En Dinamarca las elecciones fueron el 5 de junio. En apenas tres semanas, cuatro partidos se han puesto de acuerdo y han suscrito un documento de 18 páginas que debe marcar la agenda de gobierno de la socialdemócrata Mette Frederiksen. Nada que añadir. Hay comparaciones que antes que odiosas son ilustrativas. *Periodista