Entérate de todo, cuenta sólo lo importante y nunca mientas. En esos tres mandamientos puede resumirse el oficio de periodista, y no los aprendí en la Escuela Oficial. Me los soltó Felipe Mellizo sin darse importancia una lejana noche en El Cairo. Felipe se largó hace tres años y todavía me discute una oración subordinada. Hace tres semanas se largó Miguel París que me enseñó a mirarlo todo, filmarlo todo, y no dejar que nada, ni siquiera yo mismo, se interponga entre la verdad y sus legítimos destinatarios. Que sois vosotros.

Antes que ellos se largaron Doñate, Manolo García Suárez o Mompel, tipos con los que uno podía estar o no de acuerdo en el terreno difuso de las ideas pero de los que aprendí honestidad y ese lenguaje de palabras e imágenes al que llamamos periodismo. Luego llegamos las añadas de los setenta (algunos os saludan desde esta columna y otras cercanas) e intentamos transmitir a los que venían detrás (hoy son nuestros jefes) esas tres normas del oficio. Ahora hay cachorros que también las aprenderán. Aprenderán, espero, a soportar las tarascadas del poder, a currar como enanos, a ganar poco y a ser insobornables a la hora de decir la verdad. También me dijo Felipe que nunca hablara de los periodistas, que los periodistas no le importan a nadie, pero es lo menos que les debía a él, a Miguel, a José María, a Manolo y a Luis, entre otros. Qué coño, maestros, ya vale de tanta modestia. Bastante silenciosamente os habéis muerto.

*Periodista