El todo es mayor que la suma de las partes, siempre se ha dicho. Así, el trabajo en equipo suele superar en mucho los resultados presumibles mediante la suma de acciones individuales, incluso cuando estas mantienen un nivel muy destacable, y, sobre todo, cuando se manifiestan los efectos nocivos de una rivalidad mal entendida o vacíos de coordinación. Sucede en todas las esferas de la actividad humana, pero en cuestiones de salud, adquiere una relevancia extraordinaria. Una estrecha colaboración entre los profesionales de la medicina redunda en un notable éxito en la lucha contra la enfermedad, tanto en la intervención preventiva como en el tratamiento específico de cualquier dolencia. Un buen ejemplo es el enfoque multidisciplinar para combatir el asma y la ansiedad asociada a esta penosa y extendida afección, muy ligada a procesos alérgicos cada día más habituales; en casos extremos, la dificultad respiratoria puede inducir comprensibles ataques de pánico y desencadenar episodios depresivos. La terapia profiláctica, si se sigue con puntualidad y rigor, se ha mostrado efectiva para paliar las secuelas inmediatas del transtorno, así como para eludirlas en gran medida; por el contrario, la ansiedad asociada al asma puede reducirse sin necesidad de medicación ansiolítica. El trabajo en equipo ha demostrado su valor práctico en diversos niveles y áreas, desde la investigación a la terapia; también lo es en cuanto a la integración de esos niveles y áreas en un todo común, algo a lo que todavía estamos poco acostumbrados. Y es que la exaltación de lo individual y de lo competitivo, entidades muy asentadas en nuestra cultura, puede conducir a una corrosiva exaltación del ego, con lo que ello conlleva de perspectiva exclusiva, no cooperativa e inhibitoria. H *Escritora