Para los padres con hijos pequeños, la noticia de la semana es, sin duda, el comienzo del curso escolar. En mi caso, con un gran alivio y mayor agradecimiento a todos los docentes que se empeñan, más allá del vaivén legislativo y de los escasos presupuestos, en transmitir el interés por el conocimiento a nuestros hijos.

Pero la escuela de ahora no es en la que crecimos los de mi generación, auténtico ascensor social que nos permitió acceder a un mundo vedado para nuestros padres. Según el informe de la OCDE sobre España, la escuela no es capaz de mejorar la clase social del alumno, y actúa como un mecanismo de reproducción y de transmisión hereditaria, al menos para las clases sociales y los grupos étnicos.

El nivel académico de los padres influye de forma determinante en el nivel educativo de sus hijos, tanto más que los recursos económicos pesan las aspiraciones que los padres transmiten a sus hijos. Y eso, es algo que también se ha roto entre la generación del baby-boom y los milenials.

En EEUU, que es la antesala de todo lo que nos ocurre, las nuevas élites se diferencian por lo que invierten en conocimiento y capital cultural. Los gastos en educación de sus hijos han aumentado un 300% en algo más de veinte años, mientras que estos gastos no han crecido para las otras clases sociales. Aquí ya, la brecha entre los que pueden acceder a másteres con matrículas prohibitivas o a inmersiones lingüísticas desde la infancia y el resto, determina la empleabilidad en el futuro.

Los estudiantes que acuden a escuelas con buenos recursos materiales, docentes incentivados y de alumnado de clases acomodadas obtienen mejores resultados en los informes PISA. Conocer y aceptar esta realidad es imprescindible para poder modificar el resultado. Los hijos de familias desfavorecidas solo tienen una oportunidad en la vida, y esa es una escuela que permita desarrollar su potencial y ayude a salvar el escalón de salida que supone nacer donde te ha tocado.

Ningún país del mundo ha acabado con las desigualdades educativas, pero el nivel de equidad no es inamovible. La voluntad de las administraciones es clave para revertir la situación, y las políticas y las prácticas de los países en educación marcan una diferencia contrastable.

Necesitamos que se prioricen los asuntos educativos en el debate público y que se recuperen los recortes que entre 2010 y 2015 nos separaron todavía más de la media de la inversión europea. Y también necesitamos gobierno.