La Diputación General de Aragón acaba de rescindir los contratos de obras con aquellas empresas que hace ya bastante tiempo deberían haber concluido el inconcluso Teatro Fleta, cuya aplazada puesta de largo va, se teme, se siente, para largo. Tanto que a lo mejor no lo inaugura Marcelino Iglesias en esta legislatura.

Supongo que el presidente debe estar aburrido de repasar y pasar por encima de las múltiples chapuzas y ñapas que han derivado este proyecto en un varado buque a la deriva. Harto de justificaciones y excusas, y del equipo de incompetentes que vienen cobrando a precio de oro sus misteriosos trabajos, pero no cesa a nadie, no corta cabezas, y por eso tardará un poco más en cortar la cinta, si la corta.

Tampoco le han podido cortar políticamente la lengua al diputado Moreno, del PP, últimamente muy deslenguado y activo, poniendo un día y otro el dedo en las llagas de Goya, y su arrinconado espacio, y ahora en la garganta de Fleta, abierta en canal.

La consejera de Cultura, Eva Almunia, ha contestado al incisivo Moreno que la cosa, el Teatro Fleta, va, pero que será distinta. Iba a ser un templo de la ópera y de la música sinfónica, un santuario de la creación y del buen gusto, el buque insignia de la alta cultura zaragozana, una referencia deslumbrante y básica de nuestro siglo XXI, pero la imprevisión o el gafe han dado por tierra con el ambicioso proyecto del ex consejero Callizo, desaparecido en este combate, y devenido la idea embrionaria, la de un coliseo sin límites a la creatividad, en un híbrido pabellón de congresos donde lo mismo podremos reír con una comedia de sal gorda que solazarnos con las últimas locuras de un certamen de robótica. Un poco como la Feria de Muestras, pero con más pote y en el centro de la ciudad.

Ya que ha mutado el propósito inicial de la obra, que todo o casi todo en ella ha variado, habría que cambiarle también el nombre. Miguel Fleta, que debe estar agitándose en su gloriosa tumba, no tiene por qué apadrinar un cajón de sastre a compartir por los fines de curso de las academias de ballet y las convenciones de las iglesias alternativas. Si eso , el desnudo armazón del moribundo BIC que hoy se yergue en plena avenida de Cesar Augusto como un homenaje a la nada se va a convertir finalmente en una Sala Multiusos, o Multipufos, más valdría resguardar el nombre del tenor, o simplemente echar abajo el híbrido y construir en su lugar algún otro zarrio que nos ocasione menos gasto y problema.

Se acabaría así, cancelando el error, con la incertidumbre de las capas freáticas, el incordio de los restos arqueológicos, las controvertidas medidas de la caja escénica, el suficiente o escaso número de butacas, las dudas, los incumplimientos, las demoras, las derramas, los pleitos, y sobre todo con la imagen que el Gobierno de Aragón está ofreciendo a la opinión pública alargando tan infumable y acultural culebrón en una cadena de errores.

Iglesias, en lugar del templo acústico, se resigna a pagar un Multiusos a precio de coliseo, para que los chicos del Centro Dramático tropiecen por los pasillos con los compromisarios de un partido en revuelto gallinero. ¿A qué fin?

*Escritor y periodista