Hasta la segunda mitad del siglo XX había dos parámetros en la historia que resultaban directamente proporcionales: desarrollo económico y crecimiento demográfico. Así, cuando una sociedad disfrutaba de creación de riqueza (las polis griegas en el siglo V aC, el Imperio de Roma en el II, Europa en el XII o las regiones de la Revolución Industrial en el XIX), su población se incrementaba; por el contrario, en épocas de crisis (el Imperio romano en el siglo III, Europa en el XIV o en el XVII), el crecimiento vegetativo se detenía e incluso entraba en regresión.

Pues bien, esa constante histórica se ha alterado de modo radical en los últimos cincuenta años, y la relación es justamente la contraria en todo el mundo. Desde 1970 las sociedades más ricas son las que presentan un menor crecimiento demográfico, lo que en España supone un problema gravísimo.

El mayor nivel de vida medio de las familias españolas (nunca los españoles fueron tan ricos, tan prósperos y con una calidad de vida tan alta como en los últimos treinta años) ha coincidido con el menor índice de natalidad, lo que unido a la mayor longevidad y esperanza de vida impide la reposición poblacional e implica un alarmante envejecimiento general.

A estos dos factores hay que sumar el desigual reparto de la población, con tendencia a concentrarse en unos pocos focos mientras la mayoría del territorio sufre despoblación y abandono.

En los años sesenta del siglo XX la estrategia desarrollista del franquismo impulsó la creación de polos de desarrollo a los que se primó de manera extraordinaria (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Valladolid, Vigo…), y allí que emigraron millones de personas en busca de mejores condiciones económicas. A ese modelo de desarrollo se sumó el fortalecimiento de una España radial y centralizada, ideada en el reinado de Felipe II y fomentada en el de Carlos III, y que se sigue aplicando (véanse las líneas del AVE). Las consecuencias fueron devastadoras para la mayor parte del territorio, que entró en un proceso de despoblación que parece irreversible.

La España despoblada, y siento ser agorero, no tiene solución, pero tampoco la regresión demográfica, porque se ha llegado a un punto de no retorno. España está metida en un atolladero sin salida, de modo que la reposición poblacional en el territorio (en todo él, y no sólo en las zonas despobladas) únicamente será posible con inmigrantes. Bueno, nada nuevo; mal que le pese a la extrema derecha españolista, casi siempre ha sido así.

*Escritor e historiador