"No podemos prescindir de los políticos", me dijo una señora el pasado domingo y añadía: "Pero ¡qué bien estaríamos sin ellos!" y yo no supe qué responderle; los discursos están agotados tras esos interminables meses de campaña prácticamente electoral, interrumpida por el "ya está bien de palabras" que impuso (consiguiéndolo solo a medias), el bárbaro suceso de nuestro 11 de marzo; la muerte trivializa los dramas menores y hasta los muda en sainetes.

La violencia es la histórica compañía de nuestra vida política. Ni siquiera ha dejado de hacernos trágica sombra "en plena democracia". Creíamos que iba creciendo la esperanza de una vida en paz, pero se frustra una y otra vez, por esos bárbaros talibanes del Norte empeñados en impedirla; no es raro que se les presumiera responsables del multicrimen de Atocha porque se ganaron esa presunción de culpabilidad a fuerza de ennegrecer la historia y no creo que nadie deba disculparse, si de buena fe pensó que también esta vez, habían sido ellos.

Con la irrupción de otros bárbaros, estos venidos dicen, de Oriente, el asunto se complica y es posible que nunca sepamos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, cómo sucedió otrora, con lo del hotel Corona y con lo del avión de Monte Oiz en Vizcaya.

Lo que importa es: unirse y hacerles frente en lugar de enfrentarnos entre nosotros; no cabe olvidarse de que lo que más importa es tener de una vez, lo que no tuvimos nunca, una vida democrática en común, cómo manda la Constitución en sus primeros renglones, regida por los "valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico" o sea, por "la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político". Aprendámoslo: lo común permanece y las mayorías pasan.

Es todo eso lo que importa y no ciertos afanes obsesivos y casi patológicos cómo el de modificar la Constitución suponiendo que en ello nos va la vida, cuando tanto descuidamos aquellos valores comunes. Reformar la Constitución a la ciega o haciendo a las regiones más "asimétricas" cómo quieren los que llevan tantos años ordeñando el texto fundamental, no. Por ese camino, España podría desmoronarse, porque las grandes ideas no se sostienen solas y porque naturalmente, la desigualdad multiplicaría las discrepancias.

Esta última y desgraciada campaña electoral, empezó demasiado pronto para los dos partidos principales, mucho antes que para los demás y por razones que no dudo en calificar de indecorosas; como tal desafuero beneficiaba a los dos principales, apenas se censuró sino que fue alentado hasta dar asco, por la televisión española. Menos mal que ya no habrá más trasvases del Ebro porque así lo ha prometido ZP; veremos, dijo un ciego.

El panorama continuará incierto si los partidos siguen poniendo en peligro la democracia e intentando sustituir por el interés de pocos, el general de todos. No tendremos paz si aquellos partidos u otros, se empeñan en concebir la democracia como un mero pugilato entre ellos cuya ideología real es la misma y se va resumiendo a alcanzar o conservar el poder sin prescindir de la mentira, la petulancia o la acción callejera que últimamente, abundaron más que el orégano.

El grueso del pueblo mantuvo la compostura que no le enseñaban los líderes. Contra lo que había manifestado "la crema de la intelectualidad" en plena campaña electoral, el "deterioro de la democracia", incluido el cambio de la reflexión del sábado, por el ruido y las caceroladas, se probó que no era cosa de un solo partido. Sería una desgracia convertir el partidismo en el arte mayor de la democracia; podría ser a la larga, el principio del fin.

Importa menos quienes ganaron y quienes perdieron porque la democracia conlleva alternativas emocionales y azarosas y el pueblo así lo quiso. Además, los actores se parecen demasiado; todos merecen respeto pero pienso que es inútil esperar de ellos algo que se distinga meliorativamente de lo que nos han venido suministrando de consuno, los que entran con los que salen. Si unos y otros son tan escasamente aficionados a compartir el cultivo de los valores comunes que nos permitan vivir algún día, en democracia real ¿qué cabe esperar de ellos?.

España está en una hora incierta y si no despertamos, puede ocurrir que "entre tanta polvareda perdamos a Don Beltrán"; en este caso, perderíamos nada menos que una idea básica para entender España, la que define nuestra Constitución. Es casi intrascendente quién pase cuatro años en la Moncloa que esta vez acaso sean menos; lo trascendente es qué años pueden hacer pasar ellos, unos y otros, insisto, a España entera.