En aquella película de los hermanos Coen, 'No es país para viejos', Javier Bardem lograba su Oscar encarnando a Anton Chigurh, un asesino psicópata encargado de arreglar cuentas en un lío de drogas. El personaje fue adaptado de la novela del mismo título de Corman McCarthy, y ciertamente encarnaba el mal. Una maldad extrema, aunque matizada con un siniestro sentido del humor y con una psicopatía que hacía impredecibles las reacciones de Chigurh. Precisamente de su imprevisibilidad nacían las dificultades de los sabuesos de la ley para seguir sus pasos, siquiera para elaborar un perfil criminal.

Algo metafóricamente análogo está sucediendo con el/la covid-19, otro asesino en serie dotado de ubicuidad, invisible a ojos de sus víctimas, y cuyo perfil vírico se resiste a encajar en modelos ya conocidos de virus homicidas.

El covid-19 parece concentrar su mortandad en la tercera edad, en los ancianos, como si quisiera lograr que ningún país, como el territorio de ficción de la película de los Coen, fuera para viejos. Pero no solo ataca a los ancianos. Su letalidad afecta a todas las franjas de edad, niños, jóvenes, maduros, a ambos sexos o a cualquier condición social. Siendo universal, pandémico, se muestra aleatorio y caprichoso. Su aparente falta de método lo hace más temible que si en las comisarías hospitalarias se dispusiera de un perfil definido por los científicos (perfiladores policiales en la guerra contra las insurgencias sanitarias).

Después del ataque de esta pandemia, cabe preguntarse si España sigue siendo un país para viejos; o si llegó a serlo alguna vez. ¿Estaban nuestros ancianos siendo adecuadamente cuidados en las residencias o el foco vírico ha revelado graves carencias en terapia e higiene?

Y cabe preguntarse, sobre todo, ¿qué será a partir de ahora de los abuelos en nuestro país, de sus familias y cuidadores? ¿Dispondrán de nuevas esperanzas, medios y defensas contra los rebrotes de la plaga? ¿Qué será de los viejos, de los jubilados, de todas esas personas mayores que, en torno a los 65 o 70 años ya no parecen ser de repente tan útiles en la «nueva normalidad», al retrasar «la desescalada» e integrar una «población de riesgo»?