Un país democrático y abierto es una convención entre sus ciudadanos y un proyecto común. Con unas bases históricas y unas cuantas características culturales comunes y algunas hablas también comunes. Pero algunos dirigentes políticos y muchos de sus votantes creen que solo ellos son España. La de la tradición reaccionaria, obsesiva y patriotera. Ellos son la reencarnación de un país y los demás somos traidores a su idea. En lo mejor de la historia española están los intelectuales a los que desconocen y desprecian, la II República, las rebeliones populares que han cambiado la historia, Azaña, la mezcla, la literatura a la que duele una España poco libre y muy inculta, las músicas, los idiomas, el arte, los paisajes y las comidas de los territorios que hoy se llaman España. En lo peor, y también muy nuestro, está el oscurantismo religioso que siempre paró nuestro progreso, las colonias, los reyes, la pobreza, el exilio, la negación de la diversidad, las guerras. Y esa manía tan contraría a la convivencia sufrida por la gente y denunciada por los poetas, como si los siglos no hubieran pasado. Han jugado al enfrentamiento permanente entre territorios y gentes. Otra de las miles de cosas que hay que cambiar. Porque el país es también mío. *Periodista