Ojo, 'spoiler'. Julio de 1936. A Don Gregorio lo suben en el camión bajo los insultos de todo el pueblo. Rojo, ateo, comunista. La madre de Moncho le azuza para que se una al coro censor. Si no les señalarán a ellos. El niño obediente sale corriendo detrás del paseo de su querido profesor y entonces le lanza: Espiritrompa. El final de 'La lengua de las mariposas', ese bello relato de libertad y congoja de José Luis Cuerda, es de lágrima obligada. Narra el mal desenlace de esa estirpe de maestros y maestras referentes en tantos pueblos, pasados por el fusilamiento por sus ideas de apertura al cambio o castigados con la purga del exilio interior como María Moliner o María Sánchez Arbós.

La educación era la libertad, la salida del analfabetismo, la construcción de ideas propias, el aire frente al pensamiento único del poder, el rico, el oligarca y la Iglesia, esos mismos que se llevaron a Don Gregorio y el progreso con esa maldita guerra.

Esa República elevó muchas escuelas rurales. Solo hay que mirar la fecha de los frontales de las muchas que aún sobreviven. Otras no. Sobre Perarrúa queda el despoblado Arués, donde hay aún algún pupitre desvencijado entre los escombros de su vieja escuela. El tejado es lo primero que se derrumba en las casas abandonadas.

Ahora son las escuelas lo primero que cae en los pueblos. Cuando se cierra una es el preaviso de que algo falla, que no hay niños, que el destino se va a la ciudad. Pocas se recuperan. Porque es más barato poner un transporte que un maestro en un CRA. En Tolva ya no tenemos. Profe sí, la Dori, a las que tantas generaciones le deben saber de letras, ciencias, valores y dignidad.

Muchos docentes siguen acercándose al campo por interés y no como castigo de un mal puesto en la oposición hasta que llegue la plaza en Zaragoza. Conozco a muchos. Bea, Carlos, Ana Rosa, Álex, Diego, Asun, Willy, Pilar, Soraya... Luz de sabiduría y de santa paciencia, con proyectos llenos de innovación y enorme amor por su trabajo para saltar todos los obstáculos. Educadores que han perdido el reconocimiento y respeto social que tenía Don Gregorio sin ceder en su compromiso por hacer de sus alumnos mejores personas.

Devolverles ese valor debería ser una obligación de todos, nosotros como ciudadanos comprometidos y la administración como servicio público, dotándoles de más medios. Esa conquista será uno de los pilares para que los tejados del conocimiento, de la libertad y el futuro de tantos pueblos no se caigan en pedazos. Porque salvar escuelas es salvar vida.