Las elecciones del 25 de mayo determinarán la nueva composición del Parlamento Europeo, institución que podría y debería dar mucho más de sí. En la presente crisis ha jugado un papel secundario, excluido de las decisiones importantes, percibido apenas como una oficina para tramitar intereses de los lobis. Aunque el Tratado de Lisboa que sustituyó a la fugaz idea de una constitución común le otorgue un papel (mojado) democratizador, en la práctica este es un proyecto comercial entre élites muy por encima de las cabezas de la población.

La Europa de los pueblos nunca fue una prioridad; aspiró, acaso, a bálsamo para calmar realidades culturales dentro de las naciones, o simplemente fue un señuelo más. La libre movilidad internacional de los capitales sí ha sido y es una realidad, pero no la de sus gentes. En el 2013 Bélgica expulsó a 4.812 europeos (291 españoles). Otros 12 de los 28 países de la UE se han amparado en una directiva del 2004 para expulsar a la carta a comunitarios por ser una "carga excesiva". Alemania, convirtiendo en un problema de gran escala el hecho (racista además) de que su población gitana rumana y búlgara en los dos últimos años haya aumentado en un 414% (aunque solo el 7% esté en paro), ha advertido de que echará a cualquier europeo que no encuentre trabajo en seis meses, pese a que son las políticas de Merkel las que han acarreado desempleo y pobreza.

El reciente compromiso de 11 países para incluir en el 2015 una versión maquillada de la tasa Tobin, diseñada para gravar los movimientos especulativos financieros, es un muy pobre contrapeso pero sí demuestra que es factible lo que hasta ayer se veía irreal e idílico.

Mientras, aquí, Elena Valenciano, quien dijo, ufana, que su nombramiento confirmaba que para el PSOE Bruselas no era un "cementerio de elefantes", ha incluido en su lista al más que acabado Pepiño Blanco; en el PP se ha eternizado la elección de su cabeza de lista porque podrían perder; y las izquierdas siguen dispersas, sin concertar un programa de mínimos, frente a un neoliberalismo cruel. Por mucho que se empeñen unos y otros, la Europa social nunca se construirá desde arriba. Periodista