La canción de Más Birras 'Cass, la chica más guapa de la ciudad' siempre me hacía pensar en Eva Aznar Mihi, que acaba de fallecer a los 44 años. Como tantas cosas, conocí a Eva gracias a su amigo el profesor y cineasta Luis Alegre. A mediados de los noventa el Bambalinas era un bar de referencia. Estaban la sindicalista y política Encarna Mihi y Joaquín Aznar, los dueños, y su hija Ariadna, y pasaba mucha gente: me acuerdo de Jorge Sanz poniendo discos y de Félix Romeo hablando mientras removía los hielos de un gintonic. Pero lo mejor era que estaba Eva, la otra hija de Encarna y Joaquín. La noche que nos conocimos nos hicimos amigos. Quedamos en La Candelaria unos días después, hablamos de Martín Romaña y le dejé Abierto toda la noche. Yo tenía 15 años, ella 20. De vez en cuando nos veíamos en esa cafetería, ella tomaba café con hielo y Baileys. Jugaba al balonmano, estudiaba a distancia, ya salía con Roberto, su pareja hasta el final. Hablábamos de libros y de música y de gente, pasábamos el rato riendo. El humor gamberro y socarrón era una de las formas de su afecto.

Fuimos a Madrid al estreno de La buena vida de David Trueba, con Mariano Gistaín y Luis Alegre. Ese viaje con Eva inspiró el primer cuento que publiqué en una revista --La Expedición, que dirigían Adolfo Ayuso y Fernando Sanmartín-- y creo que sin ella habría sido otro escritor.

Alguna vez vigilábamos los exámenes de la facultad que ponía Luis Alegre, y me encantaba estar ahí charlando.

Hay muchos momentos que recuerdo del Bambalinas, que fue para mí un lugar de fiesta, de amigos y de educación intelectual y sentimental, pero sobre todo recuerdo cuando Eva ponía una canción para ti, te decía algo o contaba un chiste rápido. Una noche entré en el Bambalinas y lo estaban cerrando. Nos seguimos viendo, a veces en La Candelaria y a veces por casualidad. Cuando vivía en el extranjero quedábamos a tomar algo si venía de vacaciones. Nos veíamos con frecuencia en la facultad, donde ella estudiaba Filología Francesa. Después fue directiva en una empresa de videojuegos.

En una época me parecía incomprensible que alguien no se enamorase de Eva nada más conocerla. En parte, porque a ella eso le daba igual. Y pensando en Eva, o leyendo el último mensaje suyo que tengo, vuelvo a notar esa fascinación. No solo por su ingenio, su generosidad o su belleza, por su humor o una naturalidad extraña, sino por una especie de intensidad vital, que combinaba la alegría y la entereza y se contagiaba. Como ha escrito Antón Castro, «el mundo a su alrededor parecía siempre bien hecho. Reciente, hermoso, noble y sagrado». Muchas veces nos estamos escapando, pero ella quería estar aquí y ahora. Se burlaba un poco de ti y entonces todo estaba iluminado.

@gascondaniel