Tal vez haya notado estos días que se siente mejor que el resto del año, que tiene más energía, ilusión renovada. No es extraño. Ocurre en todo el hemisferio norte por estas fechas. Los expertos, tan amigos de nombrarlo todo, le han puesto nombre: Yellow Day. El Yellow Day, o día amarillo, es el 20 de junio. Psicólogos, meteorólogos y expertos en saber qué adivinaciones establecieron esta fecha porque corresponde al día más largo del año y porque, además, la temperatura nos es propicia. Luz y temperatura son dos elementos fundamentales en nuestro bienestar. De modo que el Yellow Day viene a ser algo así como el reverso del Blue Monday, que sufrimos el tercer lunes de cada mes de enero, según muchos el día más triste del año.

Las razones por las que somos felices en el Yellow Day se deben en parte a la situación que el planeta Tierra ocupa con respecto al Sol. Es decir, son razones de lo más primitivas, que podrían compartir con nosotros muchas otras especies: las muchas horas de luz activan la secreción de ciertas hormonas que nos levantan el ánimo. La temperatura de 21 o 22 grados, alternada con periodos de lluvias que refrescan el ambiente, nos hacen sentirnos en un estado físico óptimo. El sol nos proporciona sosiego y bienestar, incluso ahora que mantenemos con él una relación tan conflictiva. Nos gusta tumbarnos bajo su calor, como les gusta a los gatos y a las lagartijas, incluso ahora que sabemos las cosas horribles que sus nocivos rayos ultravioleta pueden provocarnos. De modo que nos protegemos tanto de él que la carencia de vitamina D se ha convertido en una epidemia mundial.

En los países mediterráneos, donde hay 3.000 horas de sol al año, curiosamente tenemos más carencia de vitamina D que en los países nórdicos. En términos de felicidad estamos más o menos igual: son ellos, los norteños, los que pasan por ser los más felices del continente y hasta del mundo. Algunos médicos dicen que deberíamos tomar el sol unos 10 minutos al día, porque la carencia de vitamina D también puede derivar en males terribles. De modo que estamos ante una difícil disyuntiva: ¿preferimos enfermar por exceso de sol o por defecto? Mejor no lo pensemos ahora, en esta semana feliz.

Al decir de todo lo anterior, nuestra felicidad parece depender sobre todo de la climatología. Pero hay más. Las jornadas intensivas de las empresas, que muchos comenzarán en breve, contribuyen también a hacer del Yellow Day una fecha afortunada. Y por último, claro, está lo crematístico. La paga extra de verano. Por lo menos para la mitad de los trabajadores que la cobran, porque imaginamos que no cobrarla no debe de hacer muy felices a la otra mitad. Y de entre quienes la reciben, aproximadamente un cuarto la invierte en irse de vacaciones -más felicidad sobre felicidad-, mientras que una buena parte la guarda para imprevistos. Y ya sabemos que vivir sin sustos también es un modo de ser feliz.

Pero más allá de los factores globales, están también los autonómicos, los familiares, los estrictamente personales, con que cada cual puede engordar la lista. En mi caso hay una alegría casi congénita que se deriva de la proximidad de la verbena de San Juan. Una mezcla festiva de expectativa por lo que el verano ha de deparar y reencuentro con las tradiciones anuales. Cena en familia y lo que debe pasar en esa noche: su dosis de fuego y su dosis de agua. El primer baño del verano. La sensación de que todo vuelve a comenzar.

Los niños de vacaciones me levantan el ánimo. En junio, las cosas terminan bien. Y luego está la compañía de algunas personas, más fácil de disfrutar en verano, las cenas sin límite de tiempo en el patio, los sabores veraniegos --el salmorejo, el melón con jamón, la horchata, la sandía...--, las fiestas mayores, las horas de lectura en algún lugar cercano al agua donde los relojes no molesten. Por todo ello, no me ha hecho falta pensarlo mucho para darles la razón a los expertos que cantan los favores de este día amarillo que ejerce su influencia sobre la semana en que estamos. Por cierto, que el amarillo es el color más visible de todo el espectro para el ojo humano. Por eso los chalecos reflectantes y las señales de peligro son amarillas. Pero además es para muchas culturas el color del optimismo, de la primavera, de la creatividad. El color de los girasoles, de los plátanos, de las abejas, de los limones y de Bob Esponja. Al parecer, está empíricamente demostrado que todas esas cosas nos ponen de muy buen humor.

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