Los resultados electorales han probado hasta qué punto estaban fundamentados los temores por la fragmentación del voto. Que en un ayuntamiento, por ejemplo, como Teruel, se sienten hasta ocho partidos con representación municipal complica y mucho, para empezar, la investidura de un alcalde o alcaldesa y, para continuar, el resto de la legislatura.

Los votantes se han manifestado y su voluntad es ciertamente inapelable, pero también, según la mayoría de los comités de dirección de los partidos, sujeta a interpretación. Y van a ser sus posiciones y opiniones, las de los partidos representativos, las que decidan en Aragón el Gobierno Autónomo y los de los principales Ayuntamientos.

El poder ha cambiado. Ya no es imprescindible, ni siquiera necesario ganar las elecciones en las urnas. Tan solo sumando mayoría de diputados o concejales se puede alcanzar un mandato definitivo.

En los próximos días, la política seguirá siendo muy necesaria. De la habilidad de su ejercicio dependerá que cada sigla obtenga un beneficio proporcionalmente superior o inferior al atribuido por el valor de sus sufragios.

En esas negociaciones podrán o no intervenir los líderes nacionales, bien por partidos, bien por bloques.

Hay precedentes. Así, en la reciente formación del nuevo Gobierno andaluz, Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (Cs) delegaron a cargos de confianza para negociar con el partido de Santiago Abascal. Lo normal, y lo deseable, sería no obstante que los líderes regionales y municipales, los candidatos aragoneses de los principales partidos sean capaces de negociar y llegar a acuerdos menos pensando en sus intereses particulares que en los de los ciudadanos a los que tendrán la obligación de gobernar los próximos cuatro años, cuidando sus intereses y representándolos con eficacia ante otras instituciones.

Una jornada electoral atípica, en la que se han recuperado los partidos clásicos y se ha visto emerger a nuevas voces, algunas muy polémicas.

Y una noche hasta cierto punto intranquila, en que los candidatos se fueron a dormir sin saber si llegarán o no a gobernar.