La idea universal de la fraternidad procede tanto del ámbito religioso como del secular. En el cristianismo la fraternidad interhumana se basa en la humanización o encarnación de Dios en el hombre y su humanidad, lo que funda el hermanamiento radical de toda la humanidad. Por su parte, en la filosofía estoica el hermanamiento del hombre con el hombre y la mujer proviene de su mismo origen común o nacimiento en la tierra, de su mismo medio o mediación en el mundo y de su mismo destino final señalado por la muerte.

Fraternizar es pues la forma específica de humanizar, así pues de hermanarse ante una misma peripecia vital y mortal, como pensaba Epicuro. Nos hermana no solo la vida sino también la muerte, como sabía Francisco de Asís , y nos hermana la contingencia, la finitud y la inmanencia enigmática y cruel. Al fraternizar tensamos nuestras posibilidades para tratar de aprovecharlas individual y colectivamente, articulando una forma de vida compartida y, por tanto, acompañada y posibilitadora.

Fraternizar es hacer posible la fraternidad. O nos desarmamos y hermanamos o bien nos armamos y nos matamos. Nuestra economía dineraria funda el patrimonio de signo patricial, nuestra economía familiar funda el matrimonio de signo matricial, y nuestra economía amical funda el fratrimonio de signo intercultural. Sócrates funda su fratría filosófica con Platón , Agatón y Alcibíades; Jesús funda su fratría religiosa con Pedro, Juan y la Magdalena.

En ambos casos la fratría o hermandad se inscribe en el horizonte abierto de la Fratria universal, ecuménica. La fratría o hermandad real se abre así a la Fratria simbólica, ya que lo simbólico no es lo real dado sino lo realizativo, lo posible no imposible, la apertura del sentido como apertura trascendental. La Fratria es así lo simbólico, la realización de la realidad como reunión en medio del ser. En efecto, hay una fraternidad o entrelazamiento de todas las cosas en el ser como lazo o juntura de los seres. Distinguimos o diferenciamos a la matria como la urdimbre original afectiva, mientras que la patria es la estructura racional o abstracta; por su parte, la fratria es la trama relacional implicativa, es decir, cómplice. Por eso el hermano sobrepasa la filiación o mero ahijamiento del hijo, ya que la hermandad es una posterior afiliación de amor o amistad, el hermanamiento o entrelazamiento frente a la fobia del otro.

La Fratria es el paso del ser vertical al estar o estancia horizontal, cultivada interculturalmente. El hermano es pues el hijo putativo o abierto al otro, el retoño o germen (germanus ) reconvertido en cofrade (frater) de una cofradía que pasa de la consanguinidad a la espiritualidad, del humus de la tierra a la humanidad, de la naturaleza animal a la cultura humana. La Fratria es por todo ello no lo dado sino lo dable, lo simbólicamente factible o realizable, la realización del hombre en su humanidad. En sentido político, la Fratria simboliza la democracia como fraternidad de igualdad y libertad, pero no una democracia formal o abstracta, sino relacional o coimplicativa, afectiva. De este modo, la democracia no remite ya al patrimonio propio del patriarca ni al matrimonio propio de la matriarca, sino al fratrimonio propio de la hermandad de iguales y libres. La democracia comparece así como el fratrimonio de la humanidad, cuyo arquetipo sería el José bíblico, capaz de hermanar a judíos y egipcios, monoteístas y politeístas, religiosos y paganos a través de una Ética universal basada en una fraternidad humana de carácter afectivo y compasivo.

Una tal ética universal se basa a mi entender, como en el caso de José y sus hermanos, en un doble proceso complementario de secularización de la religión y de religación de lo secular, así pues de mediación entre lo sagrado y lo profano. No deja de resultar significativo al respecto que dicha mediación esté simbolizada por el amor interhumano, que es a la vez lo más sagrado y lo más secular, el auténtico sentido de nuestra coexistencia.