De forma inmediata, el rápido avance yihadista en Irak con la conquista de ciudades como Mosul y Tikrit y su aproximación a Bagdad está abocando al martirizado país a un nuevo infierno de violencia sectaria. A medio plazo, un Irak fallido puede acabar dividido en tres estados en base a su composición religiosa y étnica, chiís, sunís y kurdos. Este es el legado de una guerra querida por los EEUU del presidente Bush y coreada por sus acólitos Blair y Aznar. El dictador Sadam Husein había gobernado el país recurriendo al sectarismo suní. En el Irak supuestamente democrático, el Gobierno del presidente Nuri al Maliki ha recurrido al sectarismo chií, indisponiéndose con el resto de la población. El presidente Obama creía haber cerrado aquel capítulo heredado pero ahora dice que todas las opciones están abiertas. El objetivo de los yihadistas es el mismo por el que combaten al otro lado de la frontera, en Siria. Es la creación de un califato islámico que llegue hasta el Mediterráneo. Obama, que no quiso intervenir a favor de la rebelión siria, puede acabar cometiendo los mismos errores en Irak que su antecesor en la Casa Blanca.