Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz de grupo popular en el Congreso, declara que no asistirá a la manifestación del 8M, disintiendo de su propio partido que sí confirma la participación este año. La encargada de amplificar las decisiones de su organización, que es a quien debe el cargo, dedica la rueda de prensa a hablar de ella y de sus opiniones. Estos defensores del individualismo liberal no lo pasarían bien si tuvieran que hacer una defensa corporativa de la empresa que los contrato. Mientras tanto, las ministras Irene Montero y Carmen Calvo hacen públicas sus discrepancias sobre la tramitación de la Ley de libertad sexual, más preocupadas en defender su competencia frente a la de su compañera de gabinete que al interés colectivo de promulgar sin conflicto una ley necesaria y justa. Otra vez, la defensa de las individualidades frente a la debida unidad del gobierno de coalición ya sea por convicción o por lealtad.

El partido ultra español, avispado detector de las tendencias sociales, lanza su campaña anti 8M con el mismo ruido de fondo, «no hables en mi nombre», en el que las militantes apelan únicamente a su criterio individual. Las mismas militantes que pertenecen a un partido político con escasas vías de crítica, que defienden su pertenencia colectiva a España o su identidad religiosa presentan su rechazo al movimiento igualitario del 8M como liberador. Las identidades son personales pero los proyectos de cambio social y político sólo pueden ser colectivos. La defensa de la democracia es una reivindicación colectiva, la mejora en las condiciones de los trabajadores o es organizada o se revela inexistente, las demandas de afectados por cualquier enfermedad o es conjunta o desde el ámbito particular resulta invisible. El continuo discurso del riesgo a la colectivización además de ser variable, según quién lo haga, es interesado y busca una sociedad civil más débil, menos reactiva y más desarmada frente al abuso de poder.

Yo sí quiero que hable en mi nombre el partido político que voté, por eso le otorgué mi confianza, mi comunidad de vecinos, el AMPA del colegio, mi asociación cultural o las reivindicaciones que apoyo. La pertenencia a lo colectivo no implica la total concordancia con sus postulados, si no estaríamos ante el pensamiento único. Supone la aceptación del interés común a defender, más allá de las discrepancias personales que serán numerosas. El 8 de marzo, más allá de las divergencias sobre qué es feminismo, entre amazónicas, queers y unicornios, hablad en mi nombre.