El PP ha comenzado esta semana, en medio de su mayor crisis política y territorial, su happy hour preelectoral. Atrás quedó la necesidad de apretarse el cinturón para compensar el desmadre socialista. Por fin, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, convertido en el pregonero de las fiestas, ha anunciado el momento de bajar los impuestos --no sólo del Estado, sino también de las autonomías--, y de incrementar también el gasto, devolviendo parte de las pagas extras a funcionarios, aumentando la tasa de reposición al 20% y asumiendo costosos medicamentos impensables hace solo unos meses, cuando la maltrecha sanidad obligó a la ministra Ana Mato a implantar el copago. Atrás quedaron también las urgencias electorales para devolver la dignidad a un pueblo viciado por la bacanal de Zapatero, que dio carta de normalidad a homosexuales y lesbianas e incitó al aborto, mientras se prohibía fumar a la gente decente en los restaurantes y se sobreprotegía a los animales, que por poco nos convierte en reserva natural de la biosfera. Eso por no recordar su pérfido plan de echarnos a los brazos de los terroristas y fomentar la ruptura del país, pero no empezando por el País Vasco o por Cataluña, como habría imaginado cualquier ignorante en la materia, sino por Navarra. Pero como sucede con la happy hour de los pubs, uno se pregunta si no habrá comenzado la fiesta demasiado pronto. Más que nada porque la evolución del paro, el déficit y la deuda--más allá de la ilusión óptica que ha provocado en estos últimos datos la inclusión de la prostitución, las drogas y el contrabando en el PIB del país, al que están referenciados-- no invita a relajarse. En cambio, la noche se antoja larga. Periodista y profesor