La Historia se ha convertido para la clase política en la disciplina más importante en nuestro sistema educativo.

Para Bruno Tertrais, el deseo de recurrir al pasado en principio no es condenable. Incluso es una aspiración noble e indispensable en la cohesión de las naciones. La Historia construye las naciones, al igual que las naciones hacen la Historia. Acontece con las naciones como con los seres humanos: olvidarse de su Historia, o no asimilarla, no es nunca una buena receta para un buen equilibrio psíquico. ¿La sociedad española ha asimilado la guerra civil?

Las analogías heroicas -Cruzada, Nueva Edad Media, Hitler, Múnich, Auschwitz, Pearl Harbor, Tercera Guerra Mundial, Muro de Berlín, nueva Guerra Fría…- encrespan los espíritus y suelen ser inútilmente angustiosas. Ni Saddam Hussein ni Sloban Milosevic son los nuevos Hitler: estas comparaciones trivializan la Shoah y equivocan las políticas para combatirlos. Hablar de la Tercera Guerra Mundial para referirse a la lucha contra el terrorismo es una exageración de los problemas y supone asumir un grave riesgo para un uso irreflexivo de la fuerza.

La manipulación de la Historia es mucho más grave. En las dictaduras convierten a la gente en ciegas. De ello los españoles somos buenos testigos. Los países de la Europa oriental han aprendido, bajo el comunismo, su irresponsabilidad de sus crímenes durante la Segunda Guerra Mundial. Y se mantiene, como en la Polonia actual. No sorprende la glorificación de los aspectos más oscuros del pasado si sobre ellos no se ha hecho ni examen de conciencia ni el trabajo de la memoria. Rusia y China, incapaces de reconocer y asumir sus crímenes pasados, están enfermas de historia.

Los dirigentes nacionalistas son los que mejor juegan con la Historia. Según Yahya Zadowski «la mayor parte de los conflictos en el mundo no se arraigan en la Historia; son nuevos y pueden acabar tan rápido como han surgido». Al igual que la historiografía sobre el nazismo insiste en el papel de Hitler en el descenso al infierno de Alemania, el periodista británico Julian Borger recuerda el papel determinante de los líderes en la violencia en la guerra de los Balcanes. «El simple hecho de que las matanzas hayan cesado tan rápidamente muestra el papel decisivo de los políticos. Los líderes nacionalistas llegados al poder cuando explotó Yugoslavia no luchaban por contener las pulsiones homicidas de su pueblo. Al contrario, crearon las circunstancias para que los sádicos y los psicópatas pudieran matar con total impunidad. Cuando estos dirigentes fueron eliminados y se acabó con ese clima permisivo, la sangre dejó de correr».

Son los dirigentes quienes manipulan la Historia, aunque los pueblos pueden ser culpables de seguirles. No es la Historia la que he destruido Yugoslavia y sus horrores sino su hábil manipulación. Aunque según Winston Churchill «los Balcanes produce más historia de la que son capaces de consumir».

Entre la construcción identitaria por medio de la Historia y la creación del enemigo hereditario y del chivo expiatorio, con frecuencia confundidos, no hay más que un paso. El mejor chivo expiatorio es el occidental, estigmatizado en Rusia, en Oriente Próximo y en Asia, como responsable de todos los males. Para empezar, por su comportamiento en el pasado: el imperialismo y el colonialismo. Pero también es odiado, lo que hace aún más legítima la tentación de retorno al pasado, por lo que representa hoy: el liberalismo, el progresismo y modernidad. Y el judío para el mundo árabe. La identificación de un chivo expiatorio permite negar las responsabilidades propias, mientras que el comportamiento victimista constituye una buena estrategia elusiva.

La Historia a su vez puede ser un pegamento tóxico que alimenta el resentimiento. Entonces se convierte en el terreno del odio, en el combustible del nacionalismo, según Margaret MacMillan. Los focos de tensión de los últimos años recurren todos a referencias históricas que encienden y avivan las emociones. La creación de un estado palestino y la desaparición de Israel se conciben como necesaria reparación del colonialismo. La instauración del Califato como una justa compensación por las cruzadas. Cachemira es reclamada por Pakistán por su mayoría musulmana, y por la India por la decisión del principado de Cachemira en 1947. La Historia es la perfecta justificación de los planes expansionistas o irrendentistas. Irak trató de justificar su anexión de Kuwait por la pretendida soberanía de Bagdad sobre este territorio en el siglo XVI, Irán recuerda que Bahréin formó parte del Imperio persa. La Rusia de Putin reclama en nombre de la Historia en sus combates en Ucrania.

Sin negar la importancia en los conflictos de causas materiales: recursos hidráulicos, minerales, pesqueros… No es suficiente. Si observamos con detalle son mucho más trascendentes los retos simbólicos de la Historia. Cuando en el 2007 una expedición rusa plantó una bandera en el vértice del Polo Norte, era para afirmar que Rusia regresaba a ser una gran potencia. Cuando China realiza incursiones en aguas japonesas es más para afirmar su dominio en Extremo Oriente, que para explotar las nuevas reservas de gas. Raymond Aron decía que quienes creen que los pueblos se guían por sus intereses más que por sus pasiones no han comprendido el siglo XX. Y esto es verdad en el siglo actual.

*Profesor de instituto