L a Historia está teniendo cada vez más importancia en España. Sobre todo por su (mal) uso político. A esta invención o explotación del pasado para fines políticos presentes contribuyen no pocos historiadores. Algunos lo hacen con auténtico descaro. Lo que significa una auténtica perversión de su disciplina. Otros en cambio se resisten.

Veamos ejemplos. En el 2015, siendo presidenta de la DGA, Luisa Fernanda Rudi, inauguraron los Reyes en la Aljafería la exposición Fernando II de Aragón. El rey que imaginó España y la abrió a Europa. Su principal objetivo fue el de presentar a Fernando II como el principal artífice, y por ello la institución monárquica, de la unidad de España, ya hace 500 años, y contrarrestar los nacionalismos periféricos que la cuestionan. Por ello, hechos claves de su biografía quedaron ocultos o marginados, como su política contra los Fueros del Reino de Aragón para imponernos la Inquisición; la práctica omisión de su segundo matrimonio con Germana de Foix con la que tuvo un hijo, que de sobrevivir, hubiera heredado solo los territorios de la Corona de Aragón, y no se hubiera producido la unión de Castilla y Aragón. Esta visión del pasado contrasta con la que se hizo en el 2006 en la exposición Ferdinandus Rex Hispaniarum, con motivo del V Centenario de este matrimonio organizada por las Cortes de Aragón y la DPZ, siendo presidentes Francisco Pina y Javier Lambán, ya que el prólogo de la publicación decía: «Sólo la temprana muerte del hijo recién nacido de este matrimonio impidió que prosperase esta nueva política de alianza con Francia, que permitió presentar a Fernando en la historiografía tradicional como adalid de la unidad de España y un sinfín de tópicos historiográficos que afectaron a este segundo matrimonio».

La obra reciente del historiador Jhon H. Elliott, Catalanes y Escoceses. Unión y Discordia ha recibido diferentes interpretaciones según las opciones políticas. Cayetana Álvarez de Toledo, -patrona de la Fundación Faes-interpreta a Elliott así: «La irresponsabilidad endémica de las élites políticas catalanas. Su torpeza y frivolidad. En casi todas las encrucijadas históricas han escogido el peor de los caminos. En 1640, rompieron con los Austrias para convertirse en un protectorado francés. En 1701, optaron por el bando austracista hasta que los ingleses los dejaron tirados. En el XX, Macià y Companys protagonizaron dos asonadas, a cual más grotesca. El golpe del 34 fue un farcical episode. Y los sucesos de octubre de 2017 un act of folly. Para el diplomático, Carles Casajuana, Elliott es muy crítico con el independentismo catalán y con la visión centralista de España, no hace concesiones ni a un lado ni al otro. Desmonta relatos nacionalistas y dibuja dos trayectorias que ayudan a entender la situación actual. Lo que queda, es la sensación de un laberinto, de una fatigosa reiteración con diferentes variantes de los mismos problemas y conflictos a lo largo de los siglos, tanto en Escocia como en Cataluña.

Y a veces, se puede llegar a auténticos dislates, como cuando los condados y ducados se convierten en reinos; el cruel e injusto mundo feudal es paradigma de una armoniosa conjunción de libertades y privilegios; instituciones como las Cortes del Medievo o el Justicia de Aragón al servicio de las clases privilegiadas son presentadas como defensoras del pueblo.

Dado, como observamos, que siempre vamos a seguir explotando el pasado para justificar intenciones políticas del presente, la necesidad de saber historia de verdad es incuestionable. Una ciudadanía mejor informada es menos susceptible de que la engañen con un uso abusivo del pasado al servicio de los errores del presente.

Es clave para una sociedad abierta conocer su pasado. Las sociedades cerradas del siglo XX, tanto de izquierdas (comunistas) como de derechas (fascismos), tenían en común la manipulación de la historia. Y también los nacionalismos. Amañar el pasado es la mejor y la más antigua manera de control del conocimiento: si tienes en tus manos el poder de interpretar lo que pasó antes, o simplemente mentir sobre ello, el presente y el futuro está en tus manos. De manera que, por prudencia democrática, es conveniente que la ciudadanía esté suficientemente informada históricamente. Y ahí la labor del historiador es clave, debe describir lo que pasó de acuerdo con sus fuentes e investigaciones en sus libros y en sus clases, teniendo como principio irrenunciable la búsqueda de la verdad. Pero además el historiador es ciudadano con una responsabilidad ética con el bien común, y sus conocimientos históricos, especialmente los contemporáneos, los debe usar para una mejor interpretación del presente. Tarea complicada, porque según el historiador Josep Fontana: La Historia se mueve -la educación ha favorecido que sea así- en el terreno de los prejuicios y los sentimientos. Razonar en el terreno de la historia y de la política es difícil, porque son territorios minados por una serie de elementos irracionales. Mis maestros -Jaume Vicens Vives y Ferran Soldevila- me enseñaron que lo importante es que un historiador enseñe a la gente a pensar por su cuenta, no a contarle la verdad, sino hacerle desconfiar de todas las verdades adquiridas, estimularle a que piense por su cuenta.

*Profesor de instituto