Francia siempre se había distinguido por una separación diáfana entre vida pública y vida privada. Era una de las famosas excepciones francesas. Pero eso también se ha ido acabando por la invasión mediática que facilitan las nuevas tecnologías y por la banalización de la política, convertida en un chisme perpetuo, a lo que han contribuido los mismos políticos aprovechándose de la popularidad de la vida privada para modelar su imagen pública. El último caso es el del presidente de la República, François Hollande, de quien la revista del corazón Closer ha publicado que mantiene una relación secreta con la actriz Julie Gayet, 18 años más joven y que colaboró en la campaña electoral del mandatario.

Hollande ha reaccionado deplorando los "ataques al respeto a la vida privada" y anunciando que estudia emprender acciones legales, que, de momento, no ha ejercido, lo que sí han hecho los abogados de la actriz forzando a la revista a retirar la noticia de su versión on line. Todos los políticos han criticado unánimemente al semanario, desde la extrema derecha hasta la izquierda, por la invasión de la vida privada del presidente de la República. Pese a que cada vez estas intromisiones son más frecuentes, el respeto a la intimidad es aún un valor en Francia, donde los jueces condenan en numerosas ocasiones a los medios de comunicación que lo infringen y donde los ciudadanos no creen que un asunto privado perjudique la acción pública de un político, según indican todas las encuestas.

LÍNEA DELGADA

Sin embargo, la línea que separa vida privada y vida pública en los personajes públicos es muy delgada y es legítimo considerar que el ciudadano tiene derecho a la información cuando un acto privado influye en el ejercicio de la función pública. Es bien sabido que en España la vida privada de un personaje público no goza del mismo nivel de protección que la de una persona anónima, según la doctrina del Tribunal Constitucional. El político está obligado a la transparencia, incluso en cuestiones privadas que pueden interferir en su vida pública, pero ese deber a veces se incumple con el refugio de la intimidad. El expresidente francés François Mitterrand, por ejemplo, ocultó durante años que padecía un cáncer de próstata falsificando los informes médicos anuales, cuando era indudable que la enfermedad podía condicionar su acción política y que los ciudadanos tenían derecho a conocerla.