No hay hechos, solo interpretaciones decía repetida y convincentemente el maestro de maestros Nietzsche y cada día que pasa me parece más acertado su brevísimo aforismo. Ante los mismos datos hay quien manifiesta el más exaltado optimismo o el más gris de los pesimismos. Y aunque pueden errar o engañarse ninguno miente pues no hay forma humana de contrastar o verificar lo que no deja de ser una opinión proyectada hacia el futuro. He ahí la debilidad de las ciencias humanas y sociales todo se mueve y decide en el ámbito de la interpretación. Las cifras y balances que algunos ensalzan como exitosas son para otros la peor de las situaciones. Conjeturas de vida para las ideologías, pobreza de miras si solo a través de ellas se permite opinar.

Cada época genera un tipo de hombre y uno de sociedad y entre todos ellos cada etapa dispone y padece de sus propios puntos ciegos, puntos que se nos escapan a la mirada, que somos incapaces de percibir y que por ello permanecen ajenos a las valoraciones morales. Tal vez por eso decía Bauman que nunca somos del todo contemporáneos de nuestro propio tiempo. Venimos y vivimos con los ojos llenos de ayeres, de imágenes e interpretaciones que vienen de atrás, algunas vividas otras heredadas, transmitidas y con apenas conciencia de ello transportamos en nosotros mismos un pasado que mira al presente. Claro que es mejor así y más que eso, es inevitable que de ese modo sea, sin las muescas del pasado seríamos amnésicos temerosos sin posibilidad de entendernos, por mucho que ello suponga sustentar esos puntos ciegos que más adelante para otros no lo serán y podrán desvelar.

Pero no proviene de ahí la penuria de nuestra época sino de la simplificadora propensión a hacer de la ideología la única capaz de opinar con capacidad y discernimiento después de haberla reducido a las cenizas frías de un fuego sofocado. Yo necesito de otros para no perderme entre los puntos ciegos que nos rodean porque intuyo que en nuestra época son muchos, pues a mayor exposición y exhibición de voces, redes, ruidos y señales más y mayores son los trampantojos. Entre esos otros que me ayudan como una brújula lo hace con el desorientado hoy echo mano de Camus y Calvino. Calvino, Italo, quien con sus palabras tiernas pero no dóciles sin saberlo me dice: -no debes preocuparte en exceso Pepa, «a veces uno se cree incompleto y es solamente joven»-. Respiro agradecida pues algo del tesoro de la juventud me queda. Y Camus, al que siempre llego y regreso porque siento que a menudo sus interpretaciones son las mías mucho mejor expuestas, dichas y ofrecidas, que musita: «Está la belleza y están los humillados. Sean cuales sean las dificultades que la empresa pueda presentar jamás debería desear ser infiel ni a los segundos ni a la primera».

A mí se me ocurre que siempre hemos sabido llenar el mundo de humillados y ofendidos, las más diversas ideologías han contribuido con gran eficacia a ello, bastante peor nos ha ido con la belleza, no hemos sido capaces de rodearnos de tanta y es que, salvo que la identifiquemos con la perfección quirúrgica de ciertas formas, la otra, la belleza que preconizaba el filósofo, sabio olvidado, tiene mucho que ver con la osadía de la bondad, palabra demodé, sin intérpretes y ya en desuso.

*Profesora de la Universidad de Zaragoza