Continúa la tensión, las buenas palabras de Rodríguez Zapatero y de Rajoy, pero los militantes echan chispas. Estas elecciones han generado una crispación --innecesaria-- que todos debemos contribuir a apagar, aunque sólo fuere como homenaje a los doscientos y pico muertos y a los centenares de heridos y familiares (¿podríamos evitar la expresión "daños colaterales"?). Y en esas estamos, cuando Michi Panero ha decidido darnos con la puerta en las narices, camino de ninguna parte entre las malezas de Astorga, el hígado fuá del mejor y la inteligencia lúcida de los perdedores. Pasota de la nada por riguroso escriba de la fatuidad humana, siempre crítico con los falsos sabios, puro semental de la ternura, dosificada calle a calle y piso a piso, el generoso Michi formó parte de una visión estelar, cachonda, frustrante (y a su manera comprometida) de aquella España zarandeada por los hijos de los vencedores. Quienes fuimos entrañables amigos --y siempre llevaremos con nosotros su sonrisa y sus tánganas, querida Inés-- sabemos que ha muerto como quiso, justo cuando la paz de los cementerios acaba de acoger a tantos inocentes. Paz para los vivos y honra a los muertos. Amén.

*Profesor de Universidad