Ccoincidieron el otro día en el ascensor del Congreso de los Diputados Pablo Iglesias y Santiago Abascal y no se tiraron los trastos de matar, ni los políticos ni los taurinos, a la cabeza. Muy correctos, ambos se saludaron con cordialidad, dispuestos a llevarse formalmente bien durante la legislatura.

Pasa mucho en el teatrillo del Congreso que aquellos diputados que se han enzarzado en la tribuna hasta extremos lindantes con la agresión son vistos o sorprendidos luego compartiendo unas banderillas rellenas en el bar de la esquina. Satisfechos de sus actuaciones, destinadas a sus respectivas parroquias, se restañan uno al otro las heridas y piden disculpas si alguno se sobró. Y así hasta la próxima comisión o pleno, o campaña electoral.

Podemos, con su nueva y conservadora imagen de moderación y arbitraje estrenada por Iglesias en los debates electorales, ya no asusta.

No parece tener tanta prisa por abolir la Iglesia, la Corona, por nacionalizar eléctricas o bancos. Don Pablo, que a punto ha estado de lograr la presidencia del Congreso para uno de los suyos y que aspira a gobernar con Pedro Sánchez, limita sus reformas a mejorar el nivel de vida de la gente normal. Salario mínimo, pensiones, servicios... Gestión diaria, por delante de aquellos grandes cambios estructurales para una España bolivariana alejada del imaginario morado.

Lo mismo, ese ataque de moderación, comienza a aquejar a los candidatos de Vox. Santiago Morón, por ejemplo, aspirante al Gobierno de Aragón, ya no quiere eliminar las autonomías, sustituir por otro más centralizado el actual modelo de Estado. Trabajará «desde dentro», argumenta, para mejorar y abaratar la administración y dar mejores servicios. En Andalucía, donde ya gobierna, Vox tampoco ha presentado moción alguna para abolir la autonomía, como venía proclamando hasta el día anterior...

Y es que ese ascensor del Congreso donde Santiago Abascal y Pablo Iglesias se han conocido y saludado tan amablemente puede llevarles varios pisos hacia arriba hasta los alfombrados salones del poder... O, si se equivocan al pulsar la tecla de la opinión o del voto, al tejado o a los sotanillos de la política.