La ciudadanía, obviamente, no se adquiere por el simple hecho de saltar a tierra desde una patera y burlar la vigilancia de la Guardia Civil. Durante más de una década, en España no ha habido ni el necesario debate social ni una verdadera política inmigratoria. Sólo una generalizada indiferencia o una política del avestruz. Mientras tanto, nos hemos convertido en el apeadero de Africa y hemos alimentado en el seno de nuestra comunidad nacional un problema monstruoso y perverso. Y las principales víctimas, paradójicamente, son los mismos inmigrantes que algunos decían defender. Condenados a salarios escandalosos, a condiciones laborales infames, a todo tipo de explotación, la integración real del inmigrante en nuestra sociedad es una completa filfa y una burla sangrienta. Convertir en ciudadanos plenos, con deberes y derechos, a un contingente de esa magnitud no era una bicoca. Y no bastaba, desde luego, con ofrecerles una sanidad y una escuela pública cada vez más precarias. El día en que reconozcamos que la inmigración es un enorme problema humano, político y social para España habremos dado un gran paso adelante y estaremos más cerca de convertir este país en un lugar de acogida cálido y amable y no en un inmenso gulag caótico y multicultural. Y atajaremos, de paso, la amenaza concreta de una extrema derecha, que ya está enseñando su fea jeta entre sectores sociales que se preguntan ahora escandalizados cómo hemos llegado a esta intolerable situación. *Periodista