De manera intermitente, nuestro pasado colonial vuelve a seducir a nuestros autores, que encuentran en los restos de esos naufragios sugerentes materias para elaborar ficción de la mano de la historia pasada. Un buen ejemplo, recientemente aparecido, podría ser, es, Cienfuegos, 17 de agosto , la novela que han escrito a cuatro manos, con matices, Pablo Bonell y Empar Fernández.

Se trata de una novela epistolar, de gran dificultad técnica, arquitectónica, pero bien resuelta por el equipo de autores. Uno de los cuales, Pablo Bonell, disponía, en los archivos de su propia familia, de abundante material procedente de los ingenios azucareros que florecieron en la isla en el último tercio del siglo diecinueve. Parte de esas cartas, convenientemente reelaboradas y adaptadas al argumento, a la trama de intriga que envuelve la novela, ha inspirado un libro cuyas raíces, en efecto, se hunden con profundidad en una vida colonial expuesta con autenticidad y rigor.

La saga de una familia española, los Goytisolo, sirve para exponer la existencia cotidiana de la hacienda. Sus lujos y obligaciones, sus sirvientes y esclavos, la vida social de La Habana, de Trinidad, de la propia Cienfuegos, y también, a través de los juicios del patriarca, las dificultades de los patronos frente a las incipientes sublevaciones, y su dramático e irremediable alejamiento de la metrópoli, gobernada por políticos que no resultan nada bien parados. Los nombres de Pi i Margall, Pavía o Castelar se entremezclan con los caudillos, reales o imaginarios, de esas partidas de esclavos en armas que imponen el terror, el saqueo, y a menudo la muerte, en los mismos ingenios donde se les ha venido explotando desde generaciones atrás. Contribuyendo a crear, dichas partidas, un angustioso elemento narrativo de fondo, algo así como la sombra de una amenaza latente, cuyo latido oscuro proporciona tensión a la trama cuasi policíaca en que acabará por desenvolverse la acción.

Una acción que, pese a verse contenida, por necesidades del guión, en el ya citado género epistolar, no por ello se ralentiza o cae. Empar Fernández se las arregla muy bien para insuflar al asesinato de una de las sobrinas de Agustín Goytosolo, que resulta violada y estrangulada en el curso de una suntuosa fiesta celebrada en la hacienda, suficientes elementos melodramáticos como para animarnos a acelerar la lectura en busca de la solución final, en busca de la identidad del criminal, que, por cierto, vendrá a ser el más insospechado.

El contraste, por ejemplo, entre las bellas señoritas de la sociedad colonial y la semidesnudez de los esclavos huidos que pernoctan en los manglares con el machete al alcance en la mano es uno más de los múltiples claroscuros en los que abunda un texto plural, pues distintas son las cartas que desde el ingenio de Cienfuegos van llegando a España a modo de relato familiar y, en la última parte del libro, de inventario de la investigación criminal. Esa coralidad de voces reflexionando, soñando, acusando en una sola dirección hace volar al texto como un pájaro herido, hasta que todo se derrumba en derredor de los indianos.

*Escritor y periodista