Ya he visto la versión cinematográfica del manga Ghost in the Shell (Masamune Shirow, 1989) con Scarlett Johansson en el papel de la protagonista, la Mayor Motoko Kusanagi: Soy la Mayor Motoko Kusanagi y no doy mi autorización. La construcción de la ciudad del futuro, la ciudad japonesa de hacia mediados del siglo XXI, está logradísima: una ciudad inteligente y distópica donde los hologramas publicitarios gigantescos, animados y parlantes proporcionan una envoltura pixelada, brillante y luminosa que esconde las casas grises del cuarto estado de siempre; las aguas fecales-lustrales donde mueren y renacen los cyborg despezados, las cloacas y los arrabales de los perdedores, de los humanos no enriquecidos, no aumentados con implantes tecnológicos, los simplemente humanos: pobres con sus recuerdos y su identidad intactos. En su origen Ghost in the Shell era un cómic pensado para un público de hombres maduros, quizá por eso los coches parecen de los años 80 y las armas y los tiros, las persecuciones y las peleas son como deben ser, como las de siempre.

La película está construida en línea con los modelos de Matrix («Bienvenido al desierto de lo real») y de Blade Runner. El final del filme deshace y rehace el legendario cierre de Ridley Scott: la posición fetal y las míticas lágrimas en la lluvia del mutante, cyborg, posthumano, de nosotros mismos que, con nuestro móvil en la mano «somos cyborgs pero no queremos ser robots». Así lo decía Jorge Carrión en un artículo en el que invitaba a la rebeldía ante Amazon, Google y Facebook. La ciudad que en mi cabeza resonaba cuando veía la película de Johansson era la síntesis de las ciudades cinematográficas del futuro que cifró Carrión en su novela Los muertos (2010).

La desconfianza y el temor hacia el progreso que materializa Ghost in the Shell es el mismo que venimos sintiendo los humanos desde la primera revolución industrial. Esa certeza de que con las transformaciones industriales -ahora de la tecnología digital, de las conexiones, los algoritmos, los data y la robótica- se nos arrebata algo que no queremos perder. Es la misma contradicción, la misma incertidumbre que cifraba Charles Baudelaire cuando veía a las multitudes urbanas homogeneizadas en su moderna forma de vestir como una «procesión de sepultureros enamorados». El mismo amor y la misma oscuridad de las masas, el mismo amor y la misma desesperación encendida de Motoko cuando descubre a su semejante (mon semblable, mon frère), su hermano, su enamorado, el «robot con espíritu» desechado, su predecesor en la escala evolutiva del Ghost-in-the-Shell. Soy la Mayor Motoko Kusanagi y no doy mi autorización.

Walter Benjamin (1892-1940) dejó inconcluso su Libro de los pasajes, centrado en la transformación de las ciudades industriales, en el París de Baudelaire y del Barón Haussmann. Pero el proyecto de libro, que es lo que leemos en la edición de Rolf Tiedemann, y lo publicado en Literatura y capitalismo nos ofrecen un marco válido todavía para entregarnos a las contradicciones de nuestras ciudades, de nuestras vidas de habitantes de las ciudades. La construcción y la demolición como dinámica diabólica; la publicidad, la moda, el capitalismo, el activismo, la utopía, las barricadas, la prostitución, el progreso, la explotación… La ciudad es el espacio contemporáneo por antonomasia y un espacio en el que pasado y futuro conviven en un solo tiempo presente. Así ocurre en muchos textos y filmes de ciencia ficción porque en ellos el tiempo futuro habla siempre de nuestro presente. Jorge Carrión, siguiendo ahora la estela de W. Benjamin, ha escrito Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Guttenberg, 2017), que se presentará en Zaragoza el jueves 6 de abril en la Librería Antígona. Antes estará Carrión en la Facultad de Filosofía en el ciclo «Lecturas urbanas. Pasajes de la ciudad».

Como decía, Carrión es el hombre del espacio, el que estuvo dos años viajando por el mundo entero y escribió Australia (2008) y Norte es Sur (2008). La particular condición viajera de su familia de emigrantes oriundos de la sierra de Cabra configuró una Crónica de viaje (2014) construida mediante la transposición a las páginas impresas de búsquedas realizadas a través de Google. Carrión escribió su personal novela griega en Los turistas (2015). Finalmente ha revertido todo su capital acumulado hacia la propia Barcelona, haciendo suya la ciudad que no perteneció a sus padres: «Que la ciudad les pertenezca un día», «más fuertes al final que el patrón que les paga», sentenció Gil de Biedma.

Cuando los pobres y los mutantes contemplamos nuestra condición en el espacio de la ciudad, una barricada está a punto de surgir. Mientras llega Carrión a Zaragoza, me voy a cortar el pelo como Scarlett Johansson, voy a acentuar mis rasgos orientales y voy a enfundarme en mi carcasa: Soy la Mayor Motoko Kusanagi y no doy mi autorización.

*Profesora. Universidad de Zaragoza