El reciente fallecimiento de José Vicente González Valle ha suscitado todo tipo de obituarios, artículos, reseñas y comentarios en medios de comunicación. Todo es poco para ensalzar su talla musical y humana, y, aunque me resistía a hacer públicos mis propios sentimientos, creo necesario que se oiga también la voz de tantos infantes que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos y, durante muchos años nos sentimos parte de su propia familia.

Fuimos el imprescindible laboratorio en el que experimentó, desarrolló y puso en práctica todas sus innumerables inquietudes artísticas; fuimos los afortunados destinatarios de esa búsqueda constante de la excelencia y el rigor desde el entusiasmo por el trabajo bien hecho; fuimos bendecidos con su afecto e inteligente sentido del humor, educados en la tolerancia y la apertura en años difíciles para ello; fuimos protegidos y apoyados generosamente ante la ausencia de nuestros padres, convirtiéndose en un referente en nuestro crecimiento. Creó a nuestro alrededor una reserva natural, un oasis musical en que su trato afectuoso y exquisito contribuyó a dar sentido y proyección a nuestras vidas.

Persona entregada, concienzuda y generosa, que puso en orden el sistema educativo general del Colegio-Escolanía y, al mismo tiempo, como si se tratara de un Gymnasium en una Escolanía alemana, consiguió que la enseñanza general fuera complementada con ensayos de coro y clases diarias de instrumento y solfeo. Incluso algunos pudimos elegir entre el violín, guitarra o flauta como segundo instrumento o dar clases de canto regularmente con diversos especialistas que se encontraban en su órbita de amistades y conocidos.

Recuerdo mi participación cantando en el coro en su oposición a Prefecto de Música en el año 1973 y, aunque era muy niño, no he olvidado como José Vicente «echaba el compás» lentamente para corregir mejor las erratas vertidas en la composición, pues ese era el cometido del ejercicio. Su oído experto mostró siempre una exigencia rigurosa por el ritmo, la calidad y afinación de los sonidos, su interrelación y su trasfondo estético e histórico.

Cómo resumir innumerables e intensos recuerdos: subíamos a su casa en distintos turnos a ver algún capítulo de la serie de animación infantil Heidi en donde vimos la primera televisión en color. Aunque esa experiencia fuera de gran impacto para un niño de los setenta, rememoro con mucha más efusión las escuchas del Stabat mater de Pergolesi con Mirella Freni y Teresa Berganza, cuando nos hablaba de la ornamentación o de cómo podíamos acometer los endiablados trinos que nos exigía la partitura. Esa obra sería interpretada en diversas ocasiones con la extinta Orquesta de Cámara Ciudad de Zaragoza, recuerdo que tras ardua preparación, cedió generosamente la batuta al recién llegado Maestro de capilla de la Seo, pese a su cargo superior de Prefecto de Música de las Catedrales. Ese es otro de sus signos de identidad, su humildad y callado esfuerzo en el desempeño de su tarea, una labor genuina lejos de protagonismos vacuos y alharacas. Otra razón para ganarse el respeto y el cariño de todos, pues disculpó a aquellos que, de manera particular e interesada, quisieron aprovecharse de su formación y prestigio. Aún así, su intachable trayectoria fue una evidencia incontestable que le llevó a ser valorado por todos, incluso con reconocimientos institucionales como el nombramiento de Hijo adoptivo de la Ciudad.

No insistiré en su trayectoria, en los muchos méritos que adornaron su vida y su obra porque ya han sido suficientemente expuestos en las pasadas semanas. Para terminar, me gustaría citar algunos momentos de su trayectoria vital y que algunos infantes tuvimos la inmensa fortuna de disfrutar hasta los últimos días de su vida: Conciertos espirituales en la Cuaresma; creación de los Amigos de la Música; giras de conciertos por Alemania y Austria con visita a la cantoría de los Regensburger Dompatzen y concierto en St. Emmeram con la presencia de su director George Ratzinger; conciertos en la Burgersaalkirche o el Aula Magna de la Universidad San Blasius de Munich o en la programación de la Semana de órgano de los Festivales de Salzburgo; ceremonia en Notre-Dame y Concierto en la Casa de España en París; grabación de tres discos para Belter e Hispavox con obra de autores aragoneses, Officium Haebdomadae Sancte de Victoria o Jesu meine Freude de Bach; gira de conciertos por Italia en Brecia y Roma, cantando para Juan Pablo II; interpretación de la liturgia solemne en las Catedrales zaragozanas; concierto homenaje a Pilar Bayona en el Teatro Principal con el Magnificat de Vivaldi; clases de Piano, Órgano, Historia de la Música y del Arte, de Estética, incluso Acústica; creación de la Schola Cantorum del Conservatorio con Motetes de Bach que eran acompañados por entonces jóvenes músicos catalanes como Romá Escalas, Sergi Casademunt o Pep Borrás, entre otros; catalogación del Archivo de Música de las Catedrales, y un largo etcétera que no cuento por no aburrir. Y en el día a día, cuántas tertulias, lecturas, vivencias, proyectos compartidos.

Tuve el privilegio de que me propusiera ante el Cabildo y el Arzobispado como Director seglar de la Escolanía de Infantes cuando se desplazó a trabajar al CSIC en Barcelona y, mientras pude, procuré seguir su ejemplo y continuar con una saga de infantes que vivieran la música de manera especial.

Nos transmitió sus conocimientos, sus valores, sus dudas y preocupaciones. Celebró la vida con nosotros, nuestras bodas, el nacimiento de nuestros hijos y, como sabio que fue, siempre estuvo ahí dándonos su opinión y consejo. Nos inoculó la experiencia musical como una vocación vital, casi religiosa. Nos enseñó a venerar a los músicos más relevantes, Victoria, Schütz, Monteverdi Mozart y, por encima de todos ellos, a Johann Sebastian Bach.

Tantos años dan para mucho más, pero es momento de concluir con una larga lista de infantes, fruto de su trabajo que hoy nos sentimos huérfanos, pero inmensamente agradecidos: Javier Artigas, catedrático de Órgano y Clave en el Conservatorio Superior de Murcia; Juan Carlos Segura, jefe de departamento y profesor de Música de Cámara en el Conservatorio Superior de Música de Aragón; Ricardo Soláns, profesor de Lenguaje del Conservatorio de Zaragoza; Miguel Ángel Lagranja, profesor de Violín y Director del Conservatorio de Tarazona; Carmelo Pueyo, pianista y profesor en la Escuela Municipal de Zaragoza; José Luis Casanova, tenor y cantante del Coro del Liceo de Barcelona; Roberto Tejedor, profesor de Piano en el Conservatorio de Zaragoza; Antonio López, teclista de Los Berzas, Francisco Javier Corellano Copi, multiinstrumentista y arreglista; José Javier Simón, profesor de Fundamentos de Composición en el Conservatorio de Melilla… Y otros muchos que, aunque desempeñen otras ocupaciones, tienen una intensa relación con la música.

Siempre vivirás en nosotros. Gracias por tanto.

*Director de CHIAVETTE y ANTIGUA CAPILLA HISPANA. Profesor de Coro y Orquesta del Conservatorio Profesional de Zaragoza. Jefe del Departamento de Agrupaciones Vocales e Instrumentales del CPMZ