Recién comenzada la primavera del año 1990, el doctor Muñoz Fernández, médico del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, era asesinado en su consulta privada por miembros del GRAPO como represalia por suministrar alimentación forzosa a algunos militantes de la organización, en huelga de hambre desde hacía varios meses.

El ministro de Justicia, Múgica Herzog, manifestaba que el Gobierno no podía negociar con los presos en huelga de hambre, por considerarla un chantaje, y ordenó su alimentación en contra de su voluntad. Javier Corcuera, ministro del Interior, ratificó la orden y se reafirmó en la política de dispersión de presos.

El director general de Prisiones, Antoni Asunción, responsabilizaba a los familiares de los presos de coaccionar a los presos para que continuaran la huelga indefinidamente. Además del asesinato del doctor Muñoz, varios presos murieron por secuelas directas de tan grave situación. Por aquel entonces, Rafael Vera era secretario de Estado para la Seguridad y se declaraba inequívocamente contrario a la huelga de hambre como instrumento de protesta política.

La semana pasada algunos medios de comunicación afirmaban saber que Rafael Vera, condenado a siete años de cárcel por malversación de fondos públicos, tiene intención de iniciar, en el caso de ingresar en prisión, una huelga de hambre por considerarse una víctima incomprendida y mal tratada. De ser así, parecería evidente que las huelgas de hambre, las sentencias judiciales y las posibles conductas delictivas resultan aceptables o inaceptables según quien las realiza y el momento en que se juzga su malicia o su bondad.

A ALGUNOS LES parecen admirables las huelgas de hambre de Mohandas Ghandi. A otros les parece de perlas prohibirlas, meter una sonda de plástico por la nariz del huelguista y proclamar a los cuatro vientos que ello se hace en favor de la vida y de la democracia. Si realmente Rafael Vera tiene el propósito de hacer huelga de hambre, no sabemos si se siente Ghandi o se cree cargado de razón o se acuerda de los presos del GRAPO.

Y es que la libertad, como la ley, dependiendo de en qué manos caiga, es como un chicle muy mascado: se usa, se convierte en globito, se tira o se guarda en un papel hasta encontrar una papelera.

Ciertamente, contamos la fiesta según nos ha ido en ella, y vemos las cosas del color del cristal de las gafas que previamente nos hemos puesto. No sólo existen el antropocentrismo (el ser humano es el centro y el fin del universo), el etnocentrismo (la cultura y la sociedad mejor es la propia, frente a las restantes, inferiores), sino también el egocentrismo (yo soy el punto central y la medida de todas las cosas) y la visión onfaloscópica de la vida y del mundo (desde el propio ombligo y acorde con los intereses y objetivos estrictamente individualistas).

La cosa es que a veces el ser humano es capaz de dar un giro de 180 grados en su visión y apreciación de lo mismo a discreción y a su entera conveniencia. Y es que no es lo mismo tener problemas con los zapatos por ser dueño de una zapatería que por padecer las molestias de un juanete en el propio pie.

AHORA, UNA VEZ salidos del asombro ante los exabruptos de Rodríguez Ibarra, permanece vivito y coleando el asunto del indulto a Vera. A muchos nos gustaría saber sobre todo de qué se le quiere indultar y para qué, lo que previamente implica que se hable claro y alto sobre todo ello. Si es inocente, explíquese por qué. Si ha cometido algún delito, arguméntese qué tiene de excepcionalidad el caso Vera para solicitar y obtener un indulto. Si sabe mucho, que hable. Si son muchos los implicados, esclarézcase la verdad con profusión de luz y taquígrafos. Y, sobre todo, determínese qué tiene de originario de inocencias a priori, tal como aducen algunos dirigentes socialistas con responsabilidad política en el pasado, el hecho de haber presuntamente perpetrado un delito en pleno ejercicio del poder y en el servicio de la nación.

Con el posible indulto a Vera no está sólo en juego la libertad de una persona o la seguridad nacional, sino sobre todo un elemento mucho más fundamental: la limpieza mental y nacional, la confianza de la ciudadanía, el principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el hartazgo de chanchullos y componendas que la ciudadanía ha sobrellevado desde hace ya mucho, demasiado, tiempo.

*Profesor de Filosofía