Lambán está bien. Sonríe en las fotos con naturalidad. Se le nota cómodo en este Gobierno a cuatro bandas, que algunos auguraban como un polvorín a punto de estallar. Además fue el primero en pactar y en Madrid copiaron la fórmula. Al político de Ejea le favoreció el efecto del voto útil (no «cautivo») a Pedro Sánchez en las pasadas elecciones generales. Ese apoyo a Sánchez, para evitar los peligros de los ultras y sus amigos de «la derechita cobarde», tuvo en Aragón el efecto de sostener al presidente otra legislatura. Lambán se puso a escuchar, pactar y negociar con unos y otros. «Con todo lo que se movía», en palabras del exalcalde Belloch, dichas con cierta sorna, cuando le dieron el otro día un homenaje.

Pero Lambán está crecido y se toma estas cosas a broma. Al presidente aragonés le salen bien los temas importantes porque está atento a abrir debates y mesas de trabajo cuando hay que abordar problemas serios. Y un problema es sin duda el de los ascensores. Que una multinacional como Schindler se quiera largar de Zaragoza despidiendo a toda la plantilla de producción: 119 personas al paro, solo porque en Eslovaquia se pagan salarios mucho más bajos a los trabajadores, es algo que resulta cruel e innecesario. Sobre todo cuando la factoría aragonesa ganó 166 millones en Zaragoza entre el 2015 y el 2017. Vamos, que por mucho que se pongan pesados los suizos aquí no hay resultados negativos. La empresa llevaba preparando su huida desde hacía 6 años y desviando la producción al Este de Europa. En secreto y con ayudas públicas.

Lambán, ahora que va de subida, debería apoyar a estos trabajadores que preparan con firmeza huelgas y movilizaciones contra el cierre de los ascensores y pedir explicaciones. A mí me ha emocionado la Carta de un trabajador despedido en Zaragoza, publicada en este diario el domingo 2 de febrero. Un oportuno ejemplo de lo que se enseña en las facultades de Económicas y Empresariales para dirigir con éxito negocios y multiplicar beneficios. Siempre a costa de aislar variables (deslocalización) y prescindir de otras (trabajadores cualificados). «El señor Schindler y su junta de accionistas han decidido prescindir de los 70 años de beneficios generados por esta fábrica, de la calidad de su equipo humano, y del esfuerzo económico y técnico de las instituciones aragonesas. Y han aislado una única variable: a las personas que trabajan en Dunaska se les puede pagar un salario inferior al de Zaragoza. En sus Escuelas de Negocio no les han enseñado que esta es una tierra habituada al expolio histórico de sus recursos, de su fuerza, su potencial y su talento. Y sabe defenderse», concluye la carta.

Aragón debe alejarse de ese victimismo crónico, y lanzarse a nuevos retos (son palabras de Lambán). Como Amazon, liderar ese turismo interior sostenible, potenciar el aeropuerto de Teruel, y apoyar lo que siempre ha estado y funciona, son solo algunos de esos retos. Y lo digo yo que no tengo ascensor. Y ya me gustaría.

*Periodista y escritora