A la hora de hacer frente a la pandemia del covid-19, se ha convertido en un tema recurrente la actuación, muy positiva en los países asiáticos y muy deficiente en los occidentales. Nada más hay que observar países como China, Corea del Sur, Singapur, Vietnam, que ya han recuperado la ansiada normalidad, y en cambio, en España, Italia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos sumidos en una tercera oleada, o cuarta, con incremento de contagios, saturación de sistemas sanitarios y muertes.

Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, el éxito de Asia tiene una causa cultural: el confucianismo. Una mentalidad autoritaria, por la que las personas son más obedientes que en Occidente. Esto permite que las medidas sean obedecidas sin problemas. Hay una tendencia a confiar en los expertos: se venera la educación y la formación; no existe el desdén por el conocimiento experto que caracteriza gran parte de la cultura occidental. Esta mayor obediencia permitió un eficiente manejo de la población mediante las tecnologías de vigilancia de los consumidores que ya estaban muy extendidas (reconocimiento facial, geolocalización a través de dispositivos móviles, etc.) y así trazar la propagación del virus y controlar la evolución de la pandemia. En Singapur se puso en marcha una aplicación de rastreo TraceTogether con extraordinario éxito y sirvió de inspiración para la implantación de otros programas similares en países como Australia. También tienen experiencia previa con otras epidemias como el SARS.

Para el doctor David Ferrándiz Mont, el colectivismo asiático es muy importante frente al individualismo occidental. En las sociedades individualistas como la nuestra, las personas se centran más en sus logros personales que en los de la comunidad, buscan el reconocimiento y crecimiento personal, valoran la libertad, así como la autosuficiencia. En cambio, las sociedades colectivistas priorizan el éxito grupal al éxito personal; no buscan tanto un logro del yo, como conseguir objetivos que beneficien a la comunidad de la que forman parte. Comenta sus impresiones cuando llegó a Taiwán, donde residió seis años. Le impactó el uso cotidiano de las mascarillas en la vía pública, transportes o universidad. Las usaban todos ya antes del covid. No las llevaban para protegerse sino para proteger a los otros. Al mínimo síntoma de resfriado o enfermedad contagiosa se las ponían. Todos los gimnasios disponían de dispensadores de alcohol para desinfectar las máquinas. No solo las desinfectaban antes de utilizarlas, sino que también lo hacían una vez habían acabado su ejercicio.

En contraposición, a la hora de explicar el fracaso occidental me ha parecido muy interesante la visión de uno de los economistas más reconocidos Branko Milanovic, especialista en el tema de la desigualdad. Señala que su explicación es superficial y especulativa, y que no se puede demostrar empíricamente. Es la explicación de la impaciencia. Los países occidentales impusieron confinamientos, a menudo a regañadientes, cuando la pandemia estaba en su clímax en primavera, y levantaron las restricciones en cuanto se produjo una mejora. «Salvar el verano». La ciudadanía percibió esta mejora como el fin de la epidemia. Los gobiernos participaron alegremente en ese autoengaño. Entonces, en otoño, la pandemia volvió vengativa, y los gobiernos impusieron de nuevo medidas a medias, bajo presión, y con la esperanza (ya refutada una vez) de que podrían levantarlas durante las vacaciones. «Había que salvar la Navidad». Consecuencias: la situación actual.

¿Por qué no impusieron desde el principio medidas draconianas cuyo objetivo no fuera simplemente «aplanar la curva» sino erradicar el virus o expulsarlo, como ha ocurrido en Asia, para que solo haya brotes esporádicos? Esos rebrotes podrían evitarse de nuevo usando medidas drásticas; en junio Pekín cerró su mercado más grande, que abastecía a millones de personas, después de detectar que allí había casos de covid.

El público, y por lo tanto los gobiernos, no estaban dispuestos a adoptar la estrategia asiática contra la pandemia por culpa de su cultura de la impaciencia, sus ganas de resolver todos los problemas rápidamente, asumiendo muy pocos costes. Esta ilusión no funcionó.

Según Milanovic, esta impaciencia se relaciona con una ideología y su correspondiente aplicación política, que ha hecho del éxito económico, que se ha de obtener rápidamente, en el objetivo más importante de nuestra vida. Lo vemos en la financiarización. En lugar de fomentar un proceso de construcción lento y paciente, la financiarización a menudo depende de «trucos», como se pudo ver antes y durante la crisis financiera de 2007-2008. Sus principales fuerzas motrices son la inteligencia y la velocidad, no la durabilidad ni la constancia. Ansiamos un éxito rápido y ¿qué hay más rápido que hacerse rico a través de la manipulación financiera?

Conclusión. Si realmente tuviésemos que elegir entre los modelos de gobernanza «asiático autoritario» y «occidental liberal/libertario», el primero parecería más aceptable a los fines de enfrentar catástrofes futuras, ya que la manera libertaria de gestionar este tipo de pandemias es esencialmente eugenista: permite que los mecanismos autorregulados de la selección eliminen rápidamente a la población más anciana. Occidente debería aprender de Oriente. ¿Lo hará? Lo dudo.