Observamos con estupor el uso desesperado del término libertad por parte de nuestras derechas, incluso aporreando sus bancadas. ¿Qué entienden por libertad?

Según Luigi Ferrajoli en Manifiesto por la igualdad, podemos diferenciar dos visiones de la política en la relación entre igualdad y libertad. Para la izquierda, igualdad y libertad --y más en general igualdad, libertad y fraternidad-- se implican recíprocamente. En cambio, para las derechas, la libertad y la igualdad no solo no se implican, sino que mantienen una relación de oposición, en virtud de la cual la libertad solo puede afirmarse con el sacrificio de la igualdad; la cual, a su vez, como la fraternidad (o solidaridad) de la que es presupuesto, no es tampoco un valor, dado que a ella se opone una antropología de la desigualdad de las subculturas reaccionarias racistas, clasistas o machistas, y el valor opuesto de la competición y del dinero de las ideologías neoliberales.

Siendo evidente que la igualdad implica la libertad y más en general los derechos fundamentales universales, la afirmación de que la idea distintiva de la izquierda es la igualdad, equivale a decir que consiste además en el igual respeto y valor de todas las diferencias de identidad, a través de la garantía de los derechos de libertad, y en la reducción de las desigualdades económicas y materiales, a través de los derechos sociales (sanidad, educación…) y del trabajo. Por ende, la identidad de la izquierda consiste en el nexo entre igualdad, libertad y derechos sociales expresado en las tres clásicas palabras de la Revolución francesa. Y perfectamente puede identificarse en la conjunción de un estado liberal mínimo (y especialmente derecho penal mínimo) y de estado social máximo, consistentes ambos en un paso atrás de la esfera pública en garantía de las libertades individuales y el otro en un paso adelante en garantía de los derechos sociales.

La derecha sostiene lo contrario: de un lado, el derecho penal máximo defendido por sus componentes reaccionarios, que piden un paso adelante del estado en defensa del orden público y de la seguridad contra inmigrantes y pequeños delincuentes, así como la máxima invasión del derecho en las cuestiones bioéticas, de la reducción de los casos de aborto, incluso su prohibición, de las limitaciones a la procreación asistida o a la eutanasia; de otro, el estado social mínimo promovido y puesto en práctica por sus miembros neoliberales, que, por el contrario, piden un paso atrás del estado en la tutela del ejercicio desregulado de los derechos patrimoniales y de autonomía, que ellos conciben como libertades, y por eso reivindican la abdicación de la política de su papel de gobierno de la economía y de garantía de los derechos, en favor de las fuerzas del mercado.

Se pueden distinguir dos derechas. Una reaccionaria, que defiende el orden y la tradición; y la neoliberal, cuyos rasgos distintivos son la propiedad privada y el mercado. La primera tiene distintas versiones, desde la autoritaria a la clerical y a sus perversiones fascistas, racistas, unidas todas ellas por la intolerancia hacia las diferencias que van en contra de determinadas normas. En cambio, la segunda, la neoliberal, se caracteriza por la primacía asignada a los derechos del mercado y patrimoniales, aunque suponga un crecimiento exorbitante de las desigualdades y de la reducción de los derechos sociales y laborales.

No obstante, en ambos casos las dos derechas están unidas por las jerarquías sociales en las que ellas ordenan las diferencias: bien de orden natural por nacimiento, clase o sexo; o también natural pero «espontáneo» del mercado. Un orden que en ambos casos incluye y excluye, y que se considera siempre amenazado por enemigos internos y externos: el comunismo, el anarquismo, el Islam, la delincuencia callejera, los inmigrantes, etc. En fin, las dos derechas están normalmente aliadas. Los reaccionarios iliberales nunca han estado en contra de la propiedad privada: un pilar básico del sistema que defienden. Los neoliberales, sostenedores del paso atrás del estado en la economía en nombre de la libertad de los mercados nunca se han opuesto, e incluso, las han promovido las limitaciones a las libertades fundamentales y las medidas represivas, especialmente contra los pobres y los excluidos, de ahí leyes de excepción, del control de la vida privada y del reforzamiento de los poderes policiales.

Podemos afirmar que la identidad de la izquierda está mucho más de acuerdo que la de la derecha con los valores de las actuales constituciones europeas, como la alemana o la española. En todas ellas los valores defendidos son el principio de igualdad, el de la dignidad de las personas, el de la solidaridad social y, en particular todo el conjunto de derechos fundamentales, tanto de libertad como sociales. Por ello, es innegable que el paradigma de la democracia constitucional, generado por las constituciones de la posguerra y por sus catálogos de derechos, expresa prevalentemente una cultura de izquierda, en oposición al tendencial anticonstitucionalismo de las derechas. Lamentablemente estos valores constitucionales han sido violados bajo el eufemismo de reformas por las dos derechas y por las llamadas izquierdas culturalmente subalternas a estas; y quien los defiende y reivindica es descalificado como una antigualla del pasado