El reciente choque y cruce de denuncias entre la oenegé española Open Arms y los guardacostas libios ha devuelto a la actualidad el caos político que se vive o sufre en aquel país. A partir de la extinción del régimen de Muamar el Gadafi, la inestabilidad se ha adueñado de ese inmenso territorio, desde cuyas costas casi pueden verse las islas de Italia. Hoy, hasta tres administraciones se disputan el gobierno de Libia. La ONU sólo reconoce a la instalada en la capital, Trípoli, pero el vicepresidente y hombre fuerte del gobierno, Fathi Al Mujbari, ha dimitido, siendo diseminada su Guardia Presidencial tras un enfrentamiento con una de las milicias.

El territorio situado al noreste del país, con Tobruck como centro y algunos puertos más de relieve por su capacidad petrolera, permanece bajo el mando de un militar, el mariscal de campo Jalifa Haftar, considerado por muchos como un auténtico señor de la guera con creciente influencia y poder. Para acabar de dividir el país y de cuartear la esperanza de rehacerlo, dos ciudades de relevancia, Misrata y Zintan, se han erigido independientes, como si de ciudades--estado se tratara, cerrando una alianza entre ellas.

Así las cosas, nada extrañaría que desde el Pentágono y la OTAN estén añorando a Gadafi.

La caída del dictador libio ha sido escrita, descrita con realismo y precisión por Yasmina Khadra en La última noche del Rais (Alianza Editorial).

Novela, sí, pero estrictamente basada en hechos reales. En lo que realmente pasó a raíz de que Francia, con particular empeño de Sarkozy, y los británicos aprovecharan los vientos de la llamada primavera árabe para desembarazarse de un personaje tan neurótico, megalómano y peligroso como Muamar El Gadafi. Un terrorista, para la mayoría de expertos militares de la Alianza Atlántica, que se dedicaba a financiar y forjar grupos guerrilleros y a extorsionar a Occidente con la amenaza del terror.

Fanático del poder, heroinómano, adicto al sexo y a la violencia, Gadafi vivió como un auténtico loco la mitad de su vida. Tan sólo encontraba la calma en la soledad del desierto cuando tendía su jaima bajo las estrellas y recordaba sus orígenes bereberes, antes de enrolarse en el ejército y escalar el poder.

Imaginemos cómo estára Libia para que se eche de menos a Gadafi.

*Periodista