La leyenda de este libro ciertamente único en su concepto, estilo y desarrollo sugiere que nos encontramos ante una de esas obras que marcan, al reflejarla, una época. La inmediatamente posterior a los locos sesenta, cuando California era una fiesta de porros y flores, y el amor libre, y la desinhibición y la revolución contra el sistema convirtieron las colonias hippies en una nueva versión o franquicia de La Arcadia.

Sin embargo, aquella generación, que en París daría nombre y argumentos al mayo del 68, también se hizo mayor. Muchos de aquellos contraculturales héroes abrazaron con ímpetu las mismas causas que habían denostado, pero no es menos cierto que algunos de los mejores espíritus de Woodstock permanecieron fieles a los principios que habían exaltado las fuentes de su juventud con ácido lisérgico. Ken Kesey, Allen Ginsberg, un tal y por entonces desconocido Raymond Carver y, por supuesto, el genial Chuck Kinder, cuya legendaria novela Lunas de miel acaba de ser vertida al castellano, en una notable traducción de Aurora Echevarría.

Lunas de miel lleva como irónico subtítulo Una historia aleccionadora y, en el fondo, por debajo de sus niveles de irreverencia o transgresión, lo es. Kinder, que es un mago del humor inteligente, y nos hace sonreír cómplice y constantemente con los episodios y ocurrencias de sus antihéroes, no deja de aleccionar a sus lectores desde su absurda, caótica, disparatada y fértil torre de marfil. En ese reducto de locura cotidiana, donde el humor y el amor se confunden con una cómica pero irrenunciable voluntad de resistencia a integrarse en la sociedad que debería corresponderles, dos amigos, Ralph y Jim (Carver y Kinder), protagonizan un alocado viaje por los infiernos de la literatura, la pasión, la paternidad, la violencia, el sexo, bordeando siempre los límites de una cordura que en Lunas de miel brilla por su ausencia. También sus mujeres, Alice Ann, Lindsay, Mary Mississippi, se asoman con ellos a ese vertiginoso vacío, lleno, a grandes rasgos, de las páginas de Chéjov, la comida basura, los tripis, el whisky en vaso de plástico, los Angeles del Infierno o la vaporosa visión de Alcatraz, al fondo de la bahía de San Francisco, donde Clint Eastwood está rodando una película.

Ralph, al fin, conseguirá ver editados sus relatos, y logrará triunfar con una literatura alimentada de su propia vida. Dará conferencias, clases, y hasta acabará inspirando el personajes del profesor de Chicos prodigiosos , la famosa novela de campus que Michael Chabon tejió un poco en favor de ese Ralph y de aquel Jim que fueron Carver y Kinder. Un personaje inolvidable que, en versión light , Michael Douglas se encargó de llevar a la gran pantalla.

La leyenda sostiene que Kinder, en la primera versión de Lunas de miel , redactó novecientas páginas a lo largo de veinticinco años de trabajo. La corrección definitiva redujo un texto sembrado de hallazgos y ecos, de recursos, y también por los restos del naufragio de aquella generación de los tripis y las flores, condenada, como todas, a envejecer con la mayor dignidad y sentido del humor posibles.

*Escritor y periodista