Históricamente las diferencias entre pueblos, tribus, Estados, se han resuelto con violencia. El más grande, el más bruto, era el que ganaba casi siempre. Afortunadamente el tiempo ha ido matizando este proceder y poco a poco la inteligencia ha ido sustituyendo a la fuerza bruta. En algunas zonas del mundo, Europa especialmente, hace muchos años que no hay guerras, y las apelaciones a la fuerza suelen estar dentro de lo que podemos considerar límites razonables del debate político.

En este contexto deberíamos suponer que los líderes llamados a gobernarnos son personas inteligentes que se rodean de equipos capaces para articular programas dirigidos a la mejor dirección del conjunto de los ciudadanos. Sin embargo, esta idílica descripción que acabo de hacer no se corresponde con la realidad. Un vistazo a quienes gobiernan hoy en bastantes países nos presenta a individuos que se apartan, y mucho, de ese hipotético modelo del gobernante inteligente, capaz, ejemplar.

Frente al preparado, razonable y dialogante, ha surgido el modelo del machote. Este es un individuo que se caracteriza por exhibir unos modales alejados de los que entendemos como de buena educación. Frente a la argumentación parecen exhibir una única idea: yo la tengo más grande que tú. Fanfarrón, faltón, se regodea en estas actitudes y lleva a la política la acción del bruto en el patio del colegio, hago esto porque me da la gana. Y tú, que eres un alfeñique, no me lo vas a impedir.

Con toda certeza, quienes estén leyendo este artículo nunca serían votantes de individuos de esas características. Si pudiésemos transferir estas líneas a otros países, sus hipotéticos lectores nunca votarían a Trump, Johnson, Bolsonaro, Salvini, Putin, Orban, Netanyahu y otros tantos aspirantes a imitarles. Pero hay muchos, miles, millones, de personas que sí lo hacen. El machote tiene su público y ahí es donde hay que situar la pregunta: ¿cómo es posible?

Los niveles de educación son hoy los mayores de la historia (hablo siempre dentro de grandes cifras y de concretos territorios) y los ciudadanos mejor formados deberían acercarse a la política bajo parámetros de razonamiento, de debate de ideas, tratando de poner al frente de la gobernabilidad a los más capaces. Lo mismo ocurre con la información, nunca jamás hemos tenido tanta capacidad de disponer de datos ciertos y

contrastados, están ahí, al alcance de nuestra mano. Pero hay quienes los desprecian, no quieren saber la verdad, les vale la simple apelación a la testosterona, al tamaño de los órganos genitales, a las dotes del machote para parecer ser el más fuerte y capaz de estropearnos a los demás la vida. Insisto: ¿cómo es posible?

No es fácil elaborar una tesis, comenzando por decir que no son casos idénticos puesto que en cada país hay elementos que los diferencian de los demás, pero para opinar del asunto del que estoy tratando, del machotismo, sí creo que podemos elaborar una breve hipótesis de las razones por las que están proliferando tanto los seguidores de este modelo. Creo que la única razón, he comenzado este artículo con una apelación a la historia de la guerra, es la violencia. Todos tenemos en nuestro interior una pulsión animal, irracional, que nos lleva en algunos momentos a decir o a hacer algo irascible, fuera de lo razonable. La mayoría de las personas dominamos estos impulsos casi siempre, pero están ahí. Si echamos una ojeada a las películas, series, videojuegos, redes sociales, canciones de moda, aplauso del consumo de ciertas drogas, veremos que la violencia es evidente, como algo hipotético, es distracción, creemos, pero la vemos, la asumimos. En los partidos de fútbol se ha avanzado mucho, en porcentajes altísimos acaban de forma amistosa, pero no en todos los casos, hay ocasiones en las que la violencia más extrema se desata, dejando ver que los niveles de brutalidad, latentes casi siempre, son altos. Y ahí llegamos a la política.

Alguien que posee cierta inteligencia, que ha sido capaz de llegar a los más altos puestos de los principales partidos, nos lanza mensajes que llevan implícita una gran carga de violencia. En vez de dirigirnos ideas racionales sobre lo que se debería hacer para resolver los problemas de la ciudadanía, se nos viste de machote, amenaza a los demás, a los diferentes, a los otros, y en vez de repudiarlo, como sería lo exigible en sociedades desarrolladas e ilustradas, hay millones de votantes que les animan, que les piden más. Esos seguidores tal vez sean pusilánimes, pero quieren que alguien adopte el papel de chulazo, de maleducado. No quieren ganar con razonamientos, no, eso es para otros, lo

que quieren es aplastar, humillar, violentar a los que no son como ellos. Y los políticos machotes se expanden por el mundo, con el aplauso de sus votantes. ¡Qué horror!.

*Militar. Profesor universitario. Escritor