La decisión de Pablo Iglesias de renunciar a la vicepresidencia de un Gobierno central, europeo, para aspirar a presidir o a cogobernar en un gobierno autonómico solo puede obedecer a una revelación visionaria, a una genialidad táctica, o a un error.

Si tuviera que inclinarme por una de estas dos posibles explicaciones, me inclinaría por la última.

Creo, en efecto, que Iglesias se ha equivocado en sus planteamientos y cálculos. En sus tesis porque, en el mejor de los casos, la presidencia de la Comunidad de Madrid sería un puesto irrelevante en comparación con el que el propio Iglesias venía ocupando. Y en sus hipótesis porque no está claro que consiga ganar los comicios madrileños del 4 de mayo, ni que, aún ganándolos, pueda sumar diputados suficientes como para formar gobierno a la sombra del oso, del madroño y de Pedro Sánchez.

Desde Unidas Podemos se nos explica que la conflictividad entre sus ministros y los cargos socialistas, más el riesgo de pérdida de implantación de la formación exigía esta drástica solución. Algunos, no obstante, seguimos sin entenderla. ¿Para qué arriesgar el prestigio, tal vez el futuro del líder en una aventura de incierto final? Porque, ¿cuántos líderes tiene Unidas Podemos? Con permiso de Alberto Garzón, solo uno, este que ahora salta de los cielos de uno de los grandes gobiernos de Europa para aterrizar en los bajos de una administración local. Pues Madrid, pese a su protagonismo y exposición mediática, no es, ni más ni menos, que una de las diecisiete autonomías del Estado español; tradicionalmente, la más corrupta.

¿Ha habido algo más? ¿Han pillado a Iglesias con algún trapo sucio? ¿Ha pegado el Rey un puñetazo en la mesa? ¿Ha negociado el PSOE esta salida a cambio de determinadas prestaciones, o es verdad, como se ha dicho, que los socialistas no sabían nada y que al propio Sánchez le ha sorprendido la renuncia de su vicepresidente segundo?

O simplemente puede que, acelerado, acosado, Iglesias se haya precipitado al morder un anzuelo que alguien le ha puesto con sibilinas intenciones. Si este conflicto se diera en la Iglesia (siendo Podemos otra religión), no veríamos a ningún obispo renunciando a la púrpura para ejercer de mosén. Maestros tiene la Iglesia...

Don Pablo, al parecer, no.