Piove… porco governo! Se cuenta que una familia italiana abrió su sombrilla en la playa. De pronto empezó a llover, y el padre le echó la culpa… al cochino gobierno. De todo tiene la culpa el gobierno. Pero sucede que en el caso de los continuos aumentos de recibo de la luz, esa es la realidad.

A estas alturas no merece la pena detenernos a descifrar los misterios de esa enigmática factura (tan enigmática que incluso a mí, que soy ingeniero técnico y viví mis primeros 25 años en una subestación de ERZ, me resultó difícil entenderla). Y no merece la pena porque ya la han traducido numerosos especialistas: el truco consiste en que nos cobran por todo, incluso por lo que no deberían cobrarnos, y en algunos casos nos cobran dos veces por lo mismo. Hace pocos días, en estas mismas páginas, el periodista Antonio Morlanes explicaba que nuestros operadores nos cobran por el mero hecho de serlo, consumamos o no electricidad, que nos cobran por el alquiler del contador (decía, con buen humor, que es como si el pescadero nos cobrase por usar la balanza con la que pesa el pescado), que nos cobran por la distribución y por el transporte (o sea, por el camión y por la carretera, decía), que solo pagan entre el 5 y el 7 por ciento de impuestos sobre sus beneficios…

Hay otro detalle que explica ese extraño fenómeno de que, pase lo que pase, la electricidad nunca baje y siempre suba: la fórmula que utilizan para fijar los precios que cobran al consumidor. Resulta que el precio de todos los componentes del mix energético utilizado para producir electricidad se fija de acuerdo con el más caro. O, traducido al cristiano, que aunque una parte importante de la energía haya bajado, a nosotros nos la cobran como si no: basta con que una de ellas no lo haya hecho. Y, sea como sea, las energías renovables (más baratas) las pagaremos al precio de la de ciclo combinado, por ejemplo, que es de las más caras. Asombroso, ¿no?

Bueno, con unas cosas y otras resulta que nuestras tres principales compañías eléctricas ganaron en 2017 la friolera de 5.600 millones de euros. No está mal, ¿ver-dad? Si a esa cifra le oponemos los 653.772 hogares a los que les cortaron la luz por falta de pago, llegaremos a una conclusión que me parece obvia.

Desde luego que es bueno conocer todas esas triquiñuelas con las que somos atracados legalmente por las compañías eléctricas, pero la madre del cordero (en mi modesta opinión) no son las trampas con las que nos sacan los cuartos sino el hecho sorprendente de que esas trampas sean legales. Sorprendente… o no tanto.

Hace unos cuantos años, allá por mi lejana juventud, existían siete grandes petroleras multinacionales que hacían y deshacían con el inmenso poder que da el dinero, sin que los gobiernos de los países occidentales osaran ponerles la menor pega. Las llamaban Las Siete Hermanas. En España, ahora y antes, podríamos hablar también de una Hermandad semejante para referirnos a nuestras eléctricas. Hacen y deshacen sin que ningún gobierno se atreva a decir esta boca es mía. Los gobiernos no, pero (perdonen que me cite a mí mismo) ,Debate presupuestario de 2007: «Estas compañías -afirmé- han hecho lo que les interesó con la dictadura de Primo de Rivera, con la de Franco, en la transición, en la democracia, con la UCD, el PP y el PSOE. Y estoy convencido de que daría igual que gobernara Durruti».

Hay algo más: nuestros gobernantes se deshicieron de las empresas públicas que actuaban en el sector y las dejaron en esas (pocas) manos privadas con la excusa de liberalizar la producción y favorecer con ello al consumidor. El resultado ya lo estamos viendo: al renunciar a intervenir en ese mercado, el estado renunció deliberada-mente a influir en él y permitió que funcionase un oligopolio de facto cuyas consecuencias pagamos en euros contantes y sonantes.

Queda exclusivamente en manos públicas un curioso invento llamado Red Eléctrica, pero da lo mismo. Podría ser un instrumento de presión sobre el mercado que actuase de manera favorable a los consumidores, que somos todos, pero un gobierno tras otro se lava las manos y permite que las eléctricas hagan de su capa un sayo con los precios. En nombre, claro está, de la sacrosanta libertad de mercado. Hace unos años, en plena crisis financiera, publiqué un librito en el que defendía la recuperación de una banca pública capaz de intervenir como un agente más en los mercados financieros para paliar la codicia irracional que nos llevó al desastre. ¿Por qué no algo parecido en el sector eléctrico? Uno y otro son sectores estratégicos y la seguridad, el bienestar de los ciudadanos de este país, depende de ellos en buena medida. Sin embargo, el dogma ultraliberal del no intervencionismo en la economía los ha transformado en el Salvaje Oeste, en un territorio donde impera la Ley de la Selva y en el que los predadores más fuertes (las eléctricas, los grandes bancos…) avasallan y se nutren de los más débiles (usted y yo).

No hace falta ser mal pensado para sospechar que las puertas giratorias tienen algo que ver con ello. Basta con repasar la nómina de las ilustres posaderas políticas del pasado más reciente que se posan sobre los sillones de los Consejos de Administración de nuestras Hermanas para intuir la verdad: hoy por ti, mañana por mí.

Así que, después de pensarlo con más detenimiento, me parece que no andaba tan descaminado el italiano al que pilló la tormenta en la playa: a lo mejor la culpa es del cochino gobierno. Cuando muchos tertulianos se devanan los sesos para saber por qué la ciudadanía recela de la política y de los políticos, harían bien en volver la vista hacia pequeños detalles como estos. A lo mejor encontrarían la respuesta que buscan. ¿Cómo se explica, si no, que para rebajar en unos pocos euros el recibo de la luz se rebajen impuestos, a todos por igual, en vez de subírselos a unos pocos?

Acabemos con un poco de optimismo. El Ayuntamiento de Zaragoza se propone entrar en el mercado de compra directa de energía y convertirse en agente del mercado eléctrico. Según sus cálculos, pueden reducir la factura anual (en torno a los 16 millones de euros actualmente) de forma drástica. Una idea más que no deberíamos echar en saco roto. Algo habrá que pensar para impedir que, entre las hipotecas de los bancos y el recibo de la luz, la nómina se nos evapore a primeros de mes. <b>*ATTAC Aragón</b>