Las manifestaciones se adelantaron a la hora oficial. A las seis y media ya estaba la gente en la calle. España amaneció ayer con un espeso luto. Los semblantes lo decían todo. El tráfico era una caravana fúnebre. La sirena de una ambulancia erizaba el vello. En Madrid había sicosis, se cortaron cuatro líneas de metro en diferentes momentos, se desalojó Atocha. Zaragoza estaba como deshabitada, las tiendas a media asta, los hipers colgando crespones, los guardias de seguridad miraban doblemente todo. Ayer había menos luz que nunca. Y la poca que salió se iba extinguiendo de malas maneras. Pena y confusión a partes iguales. Día de estar pegados a las radios y a las teles. Al final de la mañana los periódicos de los bares estaban despanzurrados, con las páginas rotas de tanto pasarlas. Las noticias iban y venían a ráfagas, la incertidumbre se sumaba al horror. Los testimonios de víctimas y testigos trenzaban las horas. En los colegios se guardaba silencio y se preparaban carteles para la manifestación. España estaba sobrecogida, y Europa empezaba poco a poco a poner las barbas a remojo. Salió el presidente y esquivó cuatro preguntas en su estilo hosco. El muerto 199 era un bebé. Al caer el día mucha gente se daba cuenta de que esa regla de que todos estamos a sólo seis grados de separación es bastante cierta: en el mejor de los casos la muerte había enganchado a conocidos, familiares de amigos, amigos de vecinos... Toda España se echó a la calle a las seis de la tarde. Ayer se trabajaba mal y se estudiaba peor. Los barrenderos iban como sonámbulos con sus rastrillos. España se convirtió por la noche en una infinita procesión de viernes santo, por todos esos muertos y heridos y familias destrozadas de manera tan vil. A ratos, quizá para despistar a tan intenso dolor, afloraban las elecciones del domingo. Pero era un recurso casi siquiátrico, una apelación al futuro porque el momento se hacía insoportable. El Justicia de Aragón leyó el manifiesto en la plaza del Pilar, y la voz de la soprano fue como un bálsamo para poder llorar bajo la lluvia. Madrid se echó a la calle, Barcelona... cada pueblo votó a pecho abierto en la plaza, cada pueblo era Madrid. El Príncipe y sus hermanas se manifestaron por primera vez.

La banda asesina insiste en que ella no ha sido. Hoy habrá que seguir apechugando con esta tragedia.

*Periodista y escritor