Hay sucesos que deben ser graves para que la ciudadanía despierte. El caso del Mar Menor en Murcia es un asunto que pone en evidencia una realidad que los negacionistas del cambio climático rechazan, ilustra también el comportamiento depredador de sectores económicos, el acomodo de la ciudadanía a unos fatuos y evanescentes de prosperidad económica, que deviene en muy costos y la escasa valentía de algunos sectores de la política que ven los problemas pero no se atreven a enfrentarse, por no asumir el coste electoral, y finalmente, se manifiesta con claridad la insostenibilidad de un determinado modelo de desarrollo. La tragedia del Mar Menor nos enseña muchas cosas.

1. Las inundaciones recientes que hubo en esa amplia zona del Levante español, tenían pocos o ningún precedente. El deshielo y la reducción de los glaciares pirenaicos y de otras regiones, parece que tampoco son casualidad.

2. Hace más de 15 años cuando uno viajaba por Murcia, observaba aplanamientos de lomas, aterrazamientos, huertas y campos de frutales en lo que era esa estéril tierra blanca desértica. Se hablaba de roturaciones ilegales y de ocupaciones de ramblas y espacios protegidos. También de aprovechamientos ilegales de acuíferos. Este modelo se basaba en la sobreexplotación de los escasos recursos hídricos de la zona y en las demandas (y exigencias) de recursos de otras zonas (Tajo, Ebro). La catástrofe del Mar Menor ha puesto algunas cifras (no todas, ni mucho menos) de eso que se observaba: 9.000 hectáreas roturadas ilegalmente (se habla de 20.000 en el Campo de Cartagena) y más de 1.000 pozos ilegales según la propia Confederación Hidrográfica del Segura. Todo para desarrollar una agricultura insostenible, basada en nutrientes, herbicidas y productos químicos contaminantes.

3. Un asalto urbanístico sin control sobre lo que ese entorno natural suponía, urbanizaciones legales e ilegales, asfalto por todas partes. Eliminación de humedades, construcción de carreteras, parques industriales, paseos marítimos, puertos deportivos. La fiesta del cemento, en fin, la laguna lo soportaba todo, el Mar Menor era una macropiscina. Y ha explotado.

4. La ciudadanía salió masivamente a protestar hace unos días y a pedir un cambio de políticas y responsabilidades. Al fin, toneladas de peces muertos y un color de las aguas de la laguna irreconocible, han abierto los ojos. Pasado el momento, ¿entenderá esta ciudadanía que no puede cegarse más con huertas y hoteles y campos de golf? ¿Entenderá que ese modelo de desarrollo (¿?) tampoco sirve ni siquiera disponiendo de los recursos hídricos de otras zonas, que tantas veces, insistentemente, reclamaron?

5. Algunos partidos cuando estaban fuera de esas comunidades levantinas se manifestaban muy sensibles con los problemas del cambio climático. Pero ahí en el Levante, Valencia y Murcia, silencio, cuando no petición de trasvase y apoyo más o menos velado a este desarrollismo depredador. Ese modelo permitió una hegemonía electoral a la derecha, a los negacionistas climáticos, en unas comunidades que tradicionalmente eran de izquierdas. Por eso defendían ese modelo. ¿Nos acordamos de aquel ministro Arias Cañete del PP, comisario europeo de Medio Ambiente nada menos, que decía que por sus…, el trasvase iba a ser un paseo militar? Y aprobaron el trasvase, pero no llegaron a tiempo de implementarlo. ¿Se acuerdan quien lo paró? Pues sí, Zapatero. En esta ocasión la desfachatez de algunos protagonistas y gestores de este desastre ambiental han acudido también a la manifestación a protestar contra las políticas que ellos habían diseñado e implementado durante años. Faltaría más.

En fin, para los otros, para los que sí que creen en el cambio climático y en un desarrollo sostenible, se les exigiría más valentía y coherencia. También reclamaría de la ciudadanía más conciencia y menos estrechez de miras. La tragedia del Mar Menor es una lección, una más, para sensibilizarnos de nuestras acciones de cara a las generaciones futuras. El colapso de esta laguna salada pone de manifiesto la necesidad de una Administración pública potente, conocedora, sensible a estos problemas y eficaz que no permita que los desmanes, profundos y diversos, que se han producido, se vuelvan a repetir. Por cierto, una administración pública eficaz no se crea y se sostiene sin impuestos.

Sobre los asuntos medioambientales empieza a haber bastante conciencia, pero sobre determinadas cuestiones sociales no estamos ni siquiera en pañales. Y así, me pregunto, ¿cuánto tardaremos en concienciarnos de que no podemos dejar una mochila de deudas, que se aproxima al 100% del PIB, a las generaciones futuras?.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza