Viven medio año en Zaragoza y medio en Estocolmo. Marina Torres, ferrolana universal, mujer fuerte, suave en el habla, lleva tantos años y trabajos con su marido, Paco Úriz, que es imposible hablar del uno sin la otra o al revés. Él lo hace siempre, y no sólo porque sería injusto no hacerlo al hablar de su vida y su trabajo, sino porque forman una pareja excepcional, inseparable, aunque él camina mucho más y va más al cine. Juntos han desarrollado una larga y fructífera carrera de profesores, traductores, animadores culturales que han ido presentando en sueco a los suecos la cultura española, y en español a nosotros la sueca. Los amigos lo somos de ambos, y su vida en común nos parece un ejemplo de amistad perfecta.

Como escribiera Antón Castro, "su presencia tutelar impone una discreta autoridad con un hablar pausado, sin excesivas modulaciones frente al que, sin embargo, no caben dudas o réplicas. Los sobrios poemas de amor que Poesía reunida incluye reconocen con pasión y ternura esa relación solidaria que solo el transcurso del tiempo puede forjar". Son muy distintos, reconoce Paco, porque para traducir, "Marina es metódica, lee el libro antes, lo subraya, lo analiza, y luego trabaja y apenas corrige nada".

Suya fue la traducción del sueco de la primera novela de la exitosa serie de Henning Mankell, que se publicó en España, La Quinta Mujer. Me ocurrió que, sorprendido gratamente por la excelente versión, miré de quién era y corrí a escribirle, lo que le alegró. Ha traducido también, entre otros libros, La tosca red de Hakan Nesser y a la escritora Sun Axelssson.

En cuanto a Paco, zaragozano del 32 (menuda fiesta hubo con 86 amigos para celebrarle los 80), alumno de los Escolapios, y de Derecho, es un hombretón de paso cauteloso, maneras suaves, dicción perfecta, y un innegable aire nórdico, de cuya amistad, creencia en mundos utópicos, y mil gustos comunes en literatura, cine, música, llevamos mi mujer y yo disfrutando desde hace mucho, en cenas recoletas o en fogones colectivos. Por él, por ejemplo, algunos corrimos gustosos el riesgo de ser entrevistados por la televisión sueca, eran los años de Andalán. Por él pude conocer al gran académico sueco, el que decidía los premios Nobel a autores en español, Artur Lundkvist, un personaje extraordinario, al que acompañé junto a Labordeta por tierras de Goya, lo que le sirvió para escribir un precioso libro mal conocido aquí.

Paco ha merecido en sus más de 30 años en Suecia diversos honores y premios (insisto en evocar siempre a Marina, colega y compañera, analista con él, amiga de los mismos amigos). No en vano sus traducciones (más de 8.000 páginas, de unos 200 escritores) nos han acercado al inmenso teatro de Strindberg, al cineasta Ingmar Bergman, al novelista Torny Lindgren y a otros muchos poetas (en modélicas antologías), en especial a Gunnar Ekelöff, el poeta sueco más importante del siglo XX. También en España se le ha reconocido su oficio de gran embajador intercultural, desde la medalla de Santa Isabel de nuestra diputación, al Premio Nacional de Traducción, que ha tenido dos veces.

Tuve el placer de editarle hace ocho años, en la Biblioteca Aragonesa de Cultura, sus apasionantes memorias, Pasó lo que recuerdas, con preciosa portada de Natalio Bayo, en las que cuenta sus años en el Partido Comunista, y sus años en Estocolmo: una vida profesional pundonorosa, muy estimada por las autoridades, sus luchas políticas para evidenciar y combatir la dictadura española (muerte de Grimau, proceso de Burgos), un viaje fantástico a América Latina y otro a España, acompañando al luego asesinado presidente Olof Palme, figura emblemática que tradujo y editó en aquellos libritos que regalaba El Día de Aragón; su amistad con Peter Weiss, Cortázar, Marcos Ana, el general Juan Modesto, o Pablo Neruda, Aleixandre, Octavio Paz, Cela y García Márquez (cinco Nobel de lengua española con los que sin duda tuvo que ver), y tantos otros. Tenía tanto que contar, y yo le restringí el espacio, que luego añadió, en Accesorios y complementos lo que se le quedó en el tintero: cartas de Bardem y de Borau, la caída del muro de Berlín. O ese espléndido poema titulado El último verano de Franco.

Uno de los grandes proyectos de su vida fue la fundación de la Casa del Traductor, apoyada desde muchas instancias, y que convirtió al Somontano del Moncayo en una fábrica de palabras y de profesionales, publicaciones, revistas, luchas por el estatuto del traductor. "La gente --cuenta Paco-- venía y se marchaba encantada. Y aún me lo recuerdan. Y le dábamos prestigio a Tarazona. Ahí hemos traducido a mucha gente, entre ellos un futuro premio Nobel como Seamus Heaney". Gracias, queridos amigos.

Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza