El regreso a la arena política de José María Aznar ha devuelto la artillería pesada a la batalla por Cataluña.

El expresidente, y tutor de Pablo Casado, ha exigido una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución, incitando a Pedro Sánchez a suspender otra vez la autonomía e interviniendo la Generalitat hasta nueva orden.

Hasta que, es de suponer, los cañonazos institucionales aturdan a los moscardones cedeerres, hibernándolos con el espray atontador y liberando a la ciudadanía de su venenosa picadura.

Pero hay gente, dirigentes, políticos catalanistas inmunes a sus aguijones, como Quim Torra, el apicultor de Puigdemont, cuya recolecta de mieles autóctonas se ha quedado en colecta sin más en la subsede de la Diputación de Lérida, donde un colega suyo del PDECat, el señor Joan Reñé, presidente provincial del partido del 3%, se ha llevado supuestamente a la colmena el mejor polen. Cómo lo habría repartido entre zánganos y abejas obreras, qué parte llevaba a la reina y qué porción quedaba en su celda será materia de investigación y seguramente de escándalo.

Entre estos tábanos de las instituciones catalanas y los moscardones cedeerres no hay otra diferencia que la forma y el horario de manifestarse. Unos asaltan de noche el Parlament; otros ocupan de día los despachos municipales, provinciales y autonómicos. Unos y otros tienen como inspiración aquel País Vasco del doble rasero, con el PNV al mando y los cachorros de la kale borroka calentando al personal, y si algún violento sale, oyes, pues que se le va a hacer. Este modelo perverso gusta a los curitas catalanes, dispuestos a reducir una Iglesia universal a una secta de fanáticos con imaginería robada.

Aznar no está solo en las culebrinas y concertinas. Ciudadanos apoya a tope el castigo, con un Rivera torero, envuelto en el capote constitucional, el verduguillo a mano y sin querer dar chicuelinas, mientras un PSOE remolón, trotón, circula entre chiqueros y medios. A falta de toros en Barcelona, el espectáculo del panal político está tan revolucionado como las calles con manifas a favor y en contra. Un aire turbio de moscardones y tormentas amenaza la siesta mediterránea, pero mejor será no quedarse dormido.