Si algo caracteriza a la derecha es su capacidad para transmitir sus mensajes. Pocos y claros. En esa labor tiene a su disposición los grandes medios de comunicación. España sufre un «infierno fiscal», «donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos», y en los debates en TVE y Atresmedia PSOE y Unidas Podemos fueron acusados «quieren meternos la mano en nuestros bolsillos». No importa que tales eslóganes sean falsos, de lo que se trata es que la gente se los crea y los asuma. Pura mendacidad. A tal efecto, cabe recordar que la presión fiscal en España, el conjunto de los impuestos y contribuciones sociales en relación con el PIB, se situó en 2017 en el 34,5%, por debajo de la media del 41,4% de la zona euro y del 40,2% de la UE, según datos de Eurostat.

Igualmente la derecha vende la libertad de elección de centro educativo (LECE). Es una de esas ideas incontestables, no parece cabal que alguien se atreva a cuestionarla. Quien lo hace es Jorge A. Castillo Alonso en su blog garabatos al margen.

Según la derecha, la LECE mejora la calidad de la educación, ya que concibe el sistema educativo como un mercado. Tal idea llevaría implícita la bonanza del mercado: como la gente siempre elegirá el mejor producto, todos intentarán mejorar la calidad de lo que ofrecen, los productos de baja calidad mejorarán o desaparecerán y, finalmente, la calidad general de la oferta aumentará. Conclusión: la LECE propiciará la calidad de la educación. El punto de partida de esta argumentación consiste en establecer un símil entre el sistema educativo y el mercado que es, cuando menos, dudoso.

Admitamos que el libre mercado beneficia la calidad de los productos ofertados, pero tal analogía no tiene por qué funcionar en el ámbito educativo, porque la educación no es una mercancía, salvo para el neoliberalismo.

La idea de que el mercado mejora la calidad de los productos parte del supuesto de una oferta diversa de mercancías de distinta calidad. Si no la hay, no hay efectos beneficiosos del mercado. Ahora bien: ¿se puede diseñar el sistema educativo como un mercado? ¿Tiene sentido concebir el sistema educativo como un conjunto de centros educativos compitiendo entre sí ofreciendo servicios educativos de distinta calidad? Si concebimos la educación como un derecho que debe ser garantizado por los poderes públicos, la respuesta es negativa. ¿Por qué? El derecho a la educación se fundamenta sobre el ideal de igualdad de oportunidades. Si la educación es un derecho, no se debe a la función de reproducción social que efectivamente cumple, sino a la aspiración ideal a construir una sociedad basada en principios meritocráticos, en la que las condiciones de partida de las personas no determinen su destino.

Si admitimos que el derecho a la educación tiene por finalidad la igualdad de oportunidades, no tiene sentido que los centros educativos compitan entre sí para que sus potenciales usuarios elijan los que ofrezcan un servicio de mayor calidad. Si la educación es un derecho, debe ser garantizado para todos por igual y en las mismas condiciones. Por ello, una sociedad comprometida con el derecho a la educación como eje de la igualdad de oportunidades debe aspirar en la medida de lo posible a que todos los centros educativos den una educación de la máxima calidad. Por ello, la misión del Estado como garante del derecho a la educación no debe ser garantizar la LECE, sino convertir esa LECE en irrelevante.

Con una red pública en la que todos los centros ofrezcan una educación de la máxima calidad, no hay ninguna razón para preferir un centro a otro y la LECE es superflua.

En resumen, la idea de que la LECE mejora la calidad de la educación se asienta en una concepción de la educación que es incompatible con la idea de que la educación es un derecho, que debe proveerse a todos por igual.

La argumentación expuesta es muy clara. Y si alguno no la comparte, observemos los efectos perversos de la LECE mostrados en estudios empíricos, como el de Antonio Viñao en El concepto neoliberal de la calidad de la enseñanza; su aplicación en España (1996-1999). El de John S. Ambler sobre las experiencias inglesa, francesa y holandesa; y el libro colectivo Who Chooses? Who Looses? Culture, Institutions, and the Unequal Effects of the School Choice, publicado en 1996 de Richard F. Elmore, Bruce Fuller y Gary Orfield basado en ocho estudios sobre la aplicación de políticas de LECE en ciudades y distritos estadounidenses. Las conclusiones contundentes: tales políticas son muy beneficiosas para las clases altas, por ser este el grupo social que más se da cuenta de las oportunidades que surgen, y el que más se aprovecha de ellas. E intensifican las desigualdades sociales existentes creando nuevas oportunidades para los padres mejor informados, que son los que llevan sus hijos a las mejores escuelas.

Lo que hay en España detrás de la LECE: segregación socioeconómica, adoctrinamiento religioso, clasismo en muchos centros concertados católicos, pero poco cristianos. En definitiva una educación deficiente, que considera la diversidad como un mal a evitar y no una fuente de riqueza. La sociedad es diversa con inmigrantes, gitanos, acnes; con paro, desahucios, pobreza energética y no se puede educar en burbujas. Y no olvidemos que es en nuestros centros donde se está dilucidando qué país tendremos en el futuro.

*Profesor de instituto