A veces, que la fotografía de familia sea la mejor noticia de una reunión no es negativo. Y ayer, la fotografía mostró a los líderes políticos en la Moncloa --encabezados por los presidentes Pedro Sánchez y Quim Torra-- reunidos con la intención de buscar la forma de encauzar el conflicto catalán por vías políticas. De por sí, esa fotografía es una espléndida noticia. No hubo acuerdos políticos de enjundia en la primera reunión, como era de esperar. Se sentaron las bases del diálogo, se constató la naturaleza política del conflicto y se circunscribió cualquier desenlace al marco de la seguridad jurídica, el eufemismo de marco constitucional con el que se sienten cómodos todas las partes porque remite a una flexibilidad que no tiene la defensa a ultranza de la Constitución como un texto irreformable. Se acordaron asimismo que las reuniones se celebrarán alternamente entre Barcelona y Madrid y que la próxima cita será dentro de un mes. Pero sobre todo se constató la enorme diferencia entre una delegación del Gobierno central que quiere hablar de asuntos tangibles (los 44 puntos de Sánchez) y la de la Generalitat, que pone encima de la mesa la autodeterminación y la amnistía de los presos. No son diferencias pequeñas, y el abismo que abren entre ambas partes marca la envergadura de la tarea que tiene esta mesa por delante. Pero a pesar de ello, el diálogo ha echado a andar, y mientras exista ese es el marco en el que se dirime el conflicto catalán. No es ni mucho menos despreciable y, como dijo Torra, debería blindarse de la coyuntura política, sean los presupuestos Generales del Estado, sean las elecciones en Cataluña. No hay que pecar de ingenuos. El camino que tiene por delante esta mesa de diálogo es arduo, largo, difícil y repleto de obstáculos. Y para tener éxito probablemente deberá transitar por senderos que hoy tal vez ni siquiera existan. De ahí la importancia, más allá de comunicados y de declaraciones de esa foto de las dos delegaciones en la Moncloa.