El desarrollo de la reciente investidura del presidente del Gobierno ha arrojado evidencias de algunas de las carencias de nuestro sistema político y de la idiosincrasia de sus actores. Ha sido un rosario de enseñanzas, lecciones y recordatorios de los que conviene tomar nota.

El primer asunto es que por fin se va a poder formar un Gobierno después de un largo periodo de interinidad. Con todas las dudas del mundo y a la expectativa, creo que la ciudadanía mayoritariamente lo consideraba un paso necesario y positivo. Así lo veo yo. Sánchez no obtuvo el apoyo necesario para un Gobierno en solitario y ya vemos algunas consecuencias: al presidente elegido, antes de abrir la boca, ya le han nombrado cuatro ministros y un vicepresidente y una serie de cargos de segundo nivel. Lamentable lección de liderazgo, coherencia y unidad. Que no le pase nada al nuevo presidente, por el bien de todos, pero algunos lo que tocan, lo rompen.

Comprendo que los números no salían para fórmulas de Gobierno más coherentes, pero el coste de blanquear opciones totalitarias es realmente elevado. Se puede entender el sano intento de dar salida a sectores instalados en la irracionalidad y la fantasía nacionalista, pero creo que se sigue cometiendo el error en el tratamiento de esta idea. El nacionalismo tiene en sus genes el totalitarismo. En el caso catalán, no sólo en los genes: lo hemos visto en sus actuaciones, pasadas y presentes. Ese error equivoca las políticas a aplicar y se perpetua. Con el nacionalismo no se contemporiza, se le combate política y democráticamente como ideología totalitaria que es. La fuerza de las palabras y la negociación no modifica las emociones irracionales. El pragmatismo actual de ERC viene de experimentar las consecuencias y los costes de vulnerar la ley, algo que hasta fechas recientes no sólo salía gratis si no que daba suculentos cargos y prebendas. La aplicación de la ley no fabrica nacionalistas como algunos interesados o despistados sostienen. Todo lo contrario. La gente muy irracional cuando se toca su bolsillo o sus privilegios enseguida aterriza al mundo real.

La derecha, no veo centroderecha en España, se ha mostrado descarnadamente autoritaria, nada democrática, intolerante. Y además muy torpe: ¡que tenga que ser uno del PNV quien les recuerde el papel del rey! El término matonismo usado en el Parlamento estos días, le cuadra perfectamente. Pero no sólo eso. Su actitud hacia Teruel Existe muestra algo innato en las posiciones conservadoras: su desprecio hacia los débiles. Les faltó un Millán Astray que dijera: Teruel no existe, ¡ni existirá! Las migajas para el pobre no son aceptables, si éste no es dócil y servil. Los jamones del rico, las veces que sea necesario, casi 40 años lleva el PNV recogiendo nueces y jamones, sin rechistar nadie. Y aquí encontramos una causa, si no la causa, de esta situación de problemática gobernabilidad . Difícil y muy injusta, la sostienen sectores de la izquierda, donde la palabra igualdad se les cae de la boca cada vez que la abren. La realidad es que un porcentaje muy pequeño de la población española, entorno al 2%, pone y quita gobiernos (y se lleva los jamones) y eso no es justo, ni democrático. Y la ciudadanía se empieza ya a cansar de estos abusos y comienza a reclamar sus derechos y a organizarse para ello. No sería extraño, por tanto, que para las próximas elecciones aparezcan con todo derecho, pero también, dadas las circunstancias, con toda la razón, candidaturas de pobres pidiendo algunas migajas.

Y este escenario nos lleva a otra cuestión clave: ¿el Gobierno de un país como el nuestro puede depender de donde se arregla una carretera o se pone un puente o se crea un servicio de ambulancias, por poner algunos ejemplos? ¿Es este el proyecto, no-proyecto en realidad, de país que se quiere? En la política como en la economía, las medidas o actuaciones que se toman tienen efectos en muchas direcciones y algunos producen resultados indeseados e incluso costes superiores a los posibles beneficios. Nuestro sistema electoral, pensado para periodos de estabilidad social y política y para comportamientos leales hacia el conjunto del país, produce incentivos muy poderosos contra la configuración de un proyecto de país, que pueda aunar voluntades y esfuerzos, sin perjuicio, de que cada cual, honestamente, defienda sus intereses. Bueno, pues respecto a esto último, actuaciones claves para crear un proyecto de país, yo no las encuentro en la agenda política en estos momentos. Y los Reyes ya han pasado.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza