Los últimos indicadores de la economía aragonesa arrojan datos muy esperanzadores para el futuro de una región que en los últimos años había crecido por debajo de la media española, con la consiguiente pérdida de competitividad y de atractivo. El 2003 ha sido un año especialmente positivo para la comunidad, según coinciden en señalar expertos del Gobierno aragonés, de la Confederación de Empresarios de Aragón y de la Cámara de Comercio, al romperse la tendencia de los últimos años gracias al empuje de la construcción y del consumo privado y al incremento de la inversión. Como és lógico estas consideraciones se ven refrendadas en el empleo, que siguió creciendo en el ejercicio recién finiquitado, con una tasa de paro del 5,5%.

El colofón a estos excelentes indicadores lo puso el prestigioso informe Hispalink, que coloca a Aragón como la comunidad con mayor crecimiento en el 2003, con un avance del 2,8% del Producto Interior Bruto (PIB) regional, medio punto por encima del crecimiento previsto para el conjunto del país. Con estos antecedentes, es de esperar un 2004 de nuevo venturoso en lo económico, según todos los pronósticos, que prevén para la región un aumento de la actividad y de la riqueza apoyado en los excelentes cifras de exportación (18% más), de diversificación y de productividad, bases sobre las que se asienta la expansión un sector clave en Aragón como es la industria.

Con este panorama, es fácil deducir que la llegada de la Alta Velocidad, aunque tamizada por problemas geotécnicos y por retrasos en los nuevos trenes AVE; la puesta en marcha de la plataforma Logística de Zaragoza, con el desembarco de Inditex incluido; el giro positivo de Opel España, gracias al nuevo modelo Meriva en la planta de Figueruelas, además de otros intangibles que crean expectativas de futuro, como la candidatura zaragozana a la Expo 2008, han supuesto un revulsivo para una comunidad que llevaba años sin grandes inversiones públicas o privadas que tiraran de la economía. La única pregunta que cabe formularse ahora, es si estos elementos de análisis tan importantes para la región han sido suficientemente exprimidos o, si por el contrario, aún deben explorarse nuevas fórmulas para sacarles más rendimiento. Por puro inconformismo, la respuesta debe ser la segunda; es decir, que estamos en la obligación de aprovechar mejor las excelentes sinergias que las nuevas inversiones públicas y privadas deben deparar sobre el conjunto de la economía.

De entrada, hay que analizar por qué el sector servicios no crece al ritmo, al menos, de la construcción en una comunidad que, según todos los expertos acumula un nítido retraso relativo. Los indicadores apuntan a un alza de este sector, especialmente en cuanto a ocio y turismo, para lo que es necesario sembrar todavía más y despejar incógnitas a inversiones que piden paso, como Puerto Venecia en Zaragoza o las ampliaciones de estaciones de esquí en el Pirineo. No quiere decir que haya que abrirse a cualquier proyecto, pero sí, al menos, no desdeñar ninguno o, lo que es peor, aborrecerlo con tortuosos trámites administrativos que hay que simplificar, como ocurrió con la llegada de Inditex o, más recientemente, con una nueva fase de la papelera Saica.

Otro de los aspectos que hay que destacar en el análisis de la favorable coyuntura aragonesa es por qué no se consigue una mejora nítida en la calidad del empleo, que sigue siendo igual o inferior a la de hace unos años. Sin negar el dinamismo del mercado de trabajo, sobre todo el femenino, no podemos caer en el conformismo porque los problemas de temporalidad, de inestabilidad o de siniestralidad siguen estando ahí, esperando ser resueltos o, al menos, matizados por las autoridades competentes. En Aragón hay cada vez más población activa, pero la fuga de cerebros al exterior sigue siendo evidente en un territorio que para crecer en competitividad y en excelencia debe estimular las inversiones en Investigación, Desarrollo e Innovación, tanto las públicas como las privadas.

Afrontamos, pues, un 2004 preñado de esperanza en el terreno económico pero el mayor error sería la autocomplacencia. Cada territorio tiene su momento, y Aragón vive esa cresta de la ola. Sacar el máximo rendimiento a nuestros innegables valores de situación, de accesibilidad, de renta, de espacio físico, de recursos y de competitividad es la clave para un futuro cambiante, pues a nadie se le escapa que con la inminente ampliación de Europa hacia el Este se quebrarán los conceptos y los indicadores de un espacio económico común en el que ya tendremos que habernos hecho un hueco a medida. Si mantenemos el crecimiento económico seguiremos subiendo también en población, auténtica clave para que la región rompa sus actuales costuras y amplíe su traje económico, hoy aún muy estereotipado y demasiado condicionado. Con liderazgo en la Administración, con agentes sociales fuertes e imaginativos y con la libertad y el estímulo que necesitan los emprendedores que atesora esta tierra, quizás lo consigamos. Es tarea de todos empujar en esa dirección.

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